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La alarma de su teléfono móvil sonó a las siete en punto de la mañana

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La alarma de su teléfono móvil sonó a las siete en punto de la mañana. Tanteó con su mano izquierda la mesilla para detener ese molesto ruido antes de que pudiera despertar a la persona que dormía en la habitación de al lado.

Dejó escapar un quejido cuando, al moverse, sintió de nuevo el dolor de cabeza que la había mantenido despierta gran parte de la noche.

Cuando Helena había regresado a su apartamento la noche anterior, se había decidido a contarle todo lo que le había contado a Victoria. Sus miedos y decisiones. Helena la había escuchado sin interrupciones, asintiendo de vez en cuando a sus palabras, pero sin querer intervenir. Cuando se habían decidido a ir a la cama el reloj marcaba las cuatro de la mañana.

Se despidieron en el pasillo y, mientras Helena se dirigía a la habitación de invitados, Olivia cerraba la puerta de la suya.

Salió de la cama y, arrastrando los pies, se dirigió al baño. Necesitaba una buena ducha que le ayudara a despejar la mente y le infundiera la fuerza necesaria para tomar la decisión que iba a tomar en apenas unas horas. Sabía que tendría que despedirse de todas sus amigas, decir adiós a aquellas mujeres que habían terminado por ocupar un gran lugar en su vida, pero también sabía que era lo mejor. No podía seguir viviendo a la sombra de una Olivia que ya no era.

No podía seguir jugando a los juegos de Zulema.

Zulema.

Como le habían dolido sus palabras. La determinación con la que había hablado. Como había afirmado que no había nada ni nadie más importante que su libertad. Bajó la cabeza cuando el chorro de agua cayó sobre ella, deslizando el jabón hacia el suelo de la ducha.

Ella habría estado ahí para Zulema, el tiempo que fuera necesario. Habría estado ahí para ella porque la quería. Porque eso es lo que se hace por las personas que te importan.

Pero ahora comprendía que nada de eso habría valido la pena. Que ninguna de las palabras de cariño que Zulema había pronunciado hacia ella en algún momento de su corta historia, habían significado algo.

Hoy será el día, se dijo a sí misma, el día en que cierre este capítulo.

Salió de la ducha diez minutos después. La piel completamente arrugada por el agua y el cuerpo tembloroso. Se detuvo frente a las puertas de su armario, con la mirada perdida en las múltiples ropas que había ido comprando con el paso de las semanas. Dejó caer la toalla cuando eligió la ropa interior, y justo cuando unos pantalones vaqueros de pata ancha estaban ascendiendo por sus muslos, sintió unos toques en su puerta.

Un simple error [Zulema Zahir]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora