30. Laura

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Me alisto a toda prisa, agarro mi bolso y las llaves que descansan sobre la mesita de noche. El suave tacto del metal frío me despierta un poco. Salgo de la habitación y me dirijo al garaje, donde mi fiel auto me espera. Enciendo el motor y el ronroneo del motor me acompaña mientras salgo de la cochera.

Anoche llegué a casa cerca de la medianoche, sabiendo que esta mañana sería una batalla contra el sueño.

Al llegar al estacionamiento del consultorio, aparco el auto y me dirijo a paso ligero hacia la entrada. Saludo a algunos profesores que cruzan por el pasillo con una sonrisa amistosa, respondiendo a sus buenos días con un movimiento de cabeza. Al entrar a mi consultorio, me dejo caer en la silla giratoria de mi escritorio. Una pila de papeles me espera, junto con la lista de citas de hoy. Suspiro. Otro día más.

De repente, alguien llama a la puerta.

—Adelante —digo, sin levantar la vista de los documentos.

La puerta se abre y una voz familiar me saca de mis pensamientos.

—Hola, Doc —dice aquella voz con una alegría contagiosa.

Levanto la mirada y allí está Laura, con su característica sonrisa que ilumina toda la habitación.

—Hola, Laura —respondo, devolviéndole la sonrisa.

Laura es una chica llena de vida, con un cabello rizado negro que enmarca su rostro de forma encantadora. Sus ojos marrones, tan oscuros como los míos, brillan con una intensidad especial. Es delgada y tiene un tono de piel bronceado que la hace destacar.

—Doc, ¡es en serio! Tiene que ayudarme... por favor —suplica, juntando sus manos.

Ruedo los ojos con cariño.

—Laura, ¿¡no te voy a comprar unas tangas rojas!? —bromeo, haciendo una mueca.

Laura suspira rendida, pero una chispa de ilusión brilla en sus ojos.

—De acuerdo, entonces le pediré el favor a Helena.

Observo a Laura con una mezcla de ternura y preocupación.

—Laura… ¿por qué te empeñas a tener sexo a tu edad? ¿No crees que es un poco pronto para pensar en esas cosas?

Laura se encoge de hombros, una sonrisa pícara curvando sus labios.

—Doc’, no solo tendré sexo. ¡Tendré sexo con el chico más popular de la escuela! Max es todo lo que he soñado: alto, atlético, con esa sonrisa que te derrite. Oh, y quiero estar preparada para el momento, no quiero tener que ir al baño en pleno acto. Tendré sexo con Max —dice Laura con un brillo en los ojos que delata su entusiasmo.

Asiento, comprendiendo la intensidad de los sentimientos adolescentes.

—Ese chico te gusta mucho ¿no es así?

Laura se sonroja.

—Doc', me gusta muchísimo. Y, no importa si me rompe el corazón, estoy preparada para eso. Quiero experimentar sexo intensos, como los que leo en las novelas. Quiero sentir esa emoción, esa adrenalina... ¡Quiero vivir al máximo!

Comienzo a anotar en mi libreta, mi bolígrafo trazando líneas cuidadosas.

—Debes saber que deberás usar protección antes de… eso. Es fundamental para tu salud y bienestar.

Laura juega nerviosamente con su cabello, sus ojos evitando los míos.

—Lo sé, lo sé —murmura. Noto una cierta incomodidad en ella.

Decido cambiar de tema, buscando crear un ambiente más relajado.

—Laura, ¿quieres hablar de tu padre? A veces, hablar de nuestros sentimientos puede ayudarnos a sentirnos mejor.

Laura suspira, una pequeña sonrisa asoma en sus labios.

—Estoy mejorando, de verdad. Las pesadillas se fueron y eso, fue gracias a usted, Doc —dice con sinceridad—. Me siento con más paz y tranquilidad, ¿eso es bueno no?

Sonrío con satisfacción.

—Por supuesto que sí, Laura. Me alegra mucho escuchar eso. Pero sigo preocupada por ti. Creo que tener sexo a tu edad puede ser demasiado pronto. ¿Por qué no esperas un poco más?

—Doc, ¿a qué edad perdió usted su virginidad? —insiste Laura, con una sonrisa pícara.

Entrecierro los ojos, divertida a pesar de mí misma.

—Laura, sé que tienes curiosidad, pero esa información no es relevante para nuestra consulta. Además, cada persona tiene su propio ritmo y experiencias. Lo importante es que tú te sientas segura y preparada para tomar tus propias decisiones.

Laura se muerde el labio inferior, pensativa.

—Está bien, Doc. Pero... ¿en serio no me compraría las tangas rojas?

Le guiño un ojo.

—Adiós, Laura.

Después de un largo día, llego a mi casa y me dejo caer en la cama con un suspiro de alivio. El cansancio me invade, pero la sensación de deber pendiente me impide relajarme por completo. Saco mi celular del bolsillo y lo enciendo. Un par de notificaciones parpadean en la pantalla. Son mensajes de la editorial.

El señor Jason, mi editor, me ha estado presionando por el manuscrito desde hace unos días. Sé que está impaciente y no quiero decepcionarlo. Leo sus mensajes una y otra vez, sintiendo crecer la presión en mi pecho. Tecleo una respuesta rápida, prometiéndole que tendré el primer borrador listo para mañana por la mañana.

Con un gesto de frustración, dejo el celular a un lado y me incorporo. Necesito despejar mi mente y concentrarme en escribir. Me levanto de la cama y camino hacia mi escritorio, una pequeña isla de orden en medio del caos de mi habitación. Enciendo el ordenador y abro el documento en blanco que he creado para este proyecto.

La pantalla parpadea, invitándome a comenzar. Pero las palabras se resisten a salir. Mi mente está en blanco, como una hoja de papel en espera de ser llenada. De repente, escucho mi propia voz en mi cabeza: "Es hora de usar tu imaginación, Susan". Cierro los ojos y trato de visualizar la escena que quiero describir, de sentir las emociones de mis personajes.

Y así, con lentitud y paciencia, comienzo a escribir. Cada palabra es una pequeña victoria, un paso más hacia la finalización de mi manuscrito.

El Sueño De Susan✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora