35. Somos familia

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Abro lentamente los ojos, adaptándome a la suave luz que se filtra por las cortinas. Mi mirada se posa en el cuerpo que yace a mi lado. Es Marco, dormido plácidamente con un brazo cubriendo su rostro. Sin camisa, su cuerpo está relajado y vulnerable. Mis ojos recorren cada centímetro de su piel, deteniéndose en los músculos definidos de su pecho y abdomen.

De repente, mi mirada se desliza hacia abajo y se encuentra con... ¡wow! No puedo evitar sonrojarme. Marco está en bóxer, y la imagen que tengo delante es... impresionante, por decir lo menos.

Recuerdo lo que pasó anoche con una claridad sorprendente. A diferencia de otras veces, no tengo la excusa de la bebida para justificar mis acciones. Todo lo que hicimos fue consciente, deseado.

Un escalofrío recorre mi espalda al recordar la intensidad de nuestros cuerpos entrelazados, la sensación de sus labios en los míos y el calor que se apoderó de nosotros. Fue una noche salvaje, una experiencia que nunca olvidaré.

No lo hacía nada mal.

Hacía mucho que no me sentía así, ya me hacía falta un poco de sexo. Era como si mi cuerpo recordara de repente lo que era sentir esa conexión tan íntima.

Me levanté de la cama y pasé al baño, solo con mis calzones. El aire fresco me hizo estremecer un poco. Agarré la playera de Marco que estaba tirada en el suelo y me la puse, sintiendo su aroma masculino impregnar mi piel.

Me lavé la cara y me eché un vistazo al espejo. Las ojeras eran mis nuevas compañeras de viaje, y mi cabello parecía una nube revuelta. Intenté domarlo con las manos, pero seguía rebelde.

—Te queda bien mi playera —dijo Marco, su voz ronca rompiendo el silencio.

Me sobresalté. ¡Había olvidado que estaba ahí!

—Hey… fue lo primero que vi —balbuceé, sintiendo cómo mis mejillas se coloreaban.

Marco me sonrió, esa sonrisa que me hacía perder la cabeza. Se puso de pie y se acercó a mí, su mirada fija en la mía.

—Lo de anoche estuvo increíble —murmuró, su voz cálida.

Siente cómo mis mejillas se ponían aún más rojas.

—Este… sí —confesé, sintiendo una oleada de nervios.

Marco rió, esa risa que me encantaba.

—Te pones nerviosa cuando te tengo tan cerca —dijo, acariciando suavemente mi mejilla. —Eres un encanto, Ninfa.

—Y tú deberías dejar de ser tan encantador conmigo —golpeé su frente con mis dedos, tratando de sonar divertida.

Marco retrocedió un poco, fingiendo estar herido.

—Creo que con lo que pasó anoche, ya te quedó claro lo que sientes, ¿no es así? —preguntó, su mirada intensa.

No dije nada por unos segundos, disfrutando de ese momento.

—Por supuesto —respondí finalmente, dándole una sonrisa tímida.

Un rato después, nos pusimos a preparar el desayuno. Mientras batía los huevos, no pude evitar pensar en lo bien que nos sentíamos juntos. Marco era mi refugio, mi cómplice, mi todo.

—Falta una semana para las vacaciones —dijo Marco, dándole un mordisco a su sándwich.

—Sí, estoy muy emocionada. Aunque casi todas mis vacaciones las he pasado en San Jorge con mi madre y a veces con Edwar, esta vez será muy diferente ya que Tebi irá también.

—Sí, la pasarás increíble.

—La pasaremos —corregí, mi corazón latiendo con fuerza. —Porque tú dijiste que vendrías conmigo y yo ya le dije a mamá y está encantada.

Marco abrió los ojos sorprendido.

—¿En serio? Creo que le caeré bien a la suegra.

Reí.

—Seguro que sí. ¿Tus padres están de acuerdo?

—Ellos no tienen que decirme qué hacer, soy mayor.

—Si, pero es tu familia.

—Lo sé, pero unas vacaciones sin ellos no pasará nada.  Necesito un tiempo para mí y para hacer las cosas a mi manera.

—Claro. Y te lo mereces.

—Además, tu eres mi familia, desde que somos amigos, has sido mi familia, tú y los chicos.  Siempre hemos estado ahí el uno para el otro.

Sonrió, sus ojos brillando.

—Si, pienso lo mismo.  Somos una familia un poco extraña, pero una familia al fin y al cabo.

—La familia lo es todo —Marco sonrió, tomando mi mano—. Y es que la familia no siempre es la que te da la vida, sino la que te elige.

Después del desayuno, Marco y yo nos sumergimos juntos en la cálida agua de la ducha, nuestra piel empapada y nuestros cuerpos entrelazados. La intimidad se apoderó de nosotros, y una vez más, nos entregamos el uno al otro con una pasión desbordante. Gritos espontáneos y suspiros profundos resonaron en el baño, afortunadamente amortiguados por la amplitud de la casa de Marco.

Al salir, envueltos en toallas suaves, nos dirigimos a mi casa. Necesitaba cambiarme, ya que llevaba puesta la misma ropa del día anterior. En mi habitación, frente a Marco, me despojé de las prendas húmedas y me vestí con mi nuevo vestido de girasoles. La tela ligera acariciaba mi piel, y la vibrante imagen de las flores contrastaba con la intensidad de la mirada de Marco. Sus ojos oscuros me recorrían de arriba abajo, y cada vez que mordía su labio inferior, sentía un escalofrío recorrer mi cuerpo.

—Deja de verme así, viejo pervertido —bromeé, aunque mi corazón latía con fuerza.

—Es inevitable, Ninfa, me provocas de todo y mi amigo ya se quiere poner en marcha otra vez —Marco sonrió pícaro, sus ojos brillando con diversión.

Me acerqué a él y, con una sonrisa coqueta, tomé su mano.

—¿Quieres repetir la experiencia? —Marco soltó una carcajada y me atrajo hacia él.

—Te cogeré todas las veces que quiera, Ninfa.

Su tono seguro me excitó, pero también me hizo sentir segura y protegida.

Después de un par de horas de pasión desenfrenada, nos encontramos en el centro comercial, rodeados de nuestros amigos. Decidimos hacer oficial nuestra relación y compartimos la noticia con todos. La alegría de los chicos fue contagiosa, aunque noté una sombra de tristeza en los ojos de Katerín. Sabía que había estado interesada en Marco, pero al ver nuestra felicidad, asintió con una sonrisa.

—¡Enhorabuena! —exclamó Jony, chocando los cinco con Marco.

—Ya era hora de que hicieras el movimiento.

Camila me miró con picardía.

—Todos sabíamos que le gustabas a Marco, menos tú, parece.

Rodé los ojos divertida.

—Y tú no me dijiste nada.

—No era mi asunto —respondió ella encogiéndose de hombros.

La conversación se volvió más animada, llena de bromas y risas. Marco y Tony, a pesar de sus constantes piques, mostraban una complicidad evidente.

—Tony... —comenzó Marco, pero su amigo lo interrumpió.

—No tienes que pedirme disculpas, somos amigos, ¿no? Aunque a veces me caigas de los nervios —dijo Tony con una sonrisa.

—Tú también me caes de los nervios, enana —respondió Marco, devolviendo la sonrisa.

La atmósfera era relajada y divertida. Me sentía afortunada de haber encontrado a estos amigos. Sabía que, con ellos a mi lado, nunca me sentiría sola.

El Sueño De Susan✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora