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Una tarde de aquel mismo fin de semana. Un cuerpo semidesnudo se le posaba a un lado de Wonwoo. Inerte, cálido y con la cadencia de una respiración pausada que le hacía levantar la comisura de los labios. 
Subió las mantas un poco, incluso si no hacía frío, quería resguardar un poco la calidez que sus cuerpos casi completamente descubiertos habían dejado desde la noche anterior donde la frustración mutó a satisfacción y un cenit vespertino que quería más de lo que ellos querían compartir. 

El sol traspasaba la delgada cortina de aquella habitación. Mosaicos de luz que llegaban un poco a espaldas de Wonwoo, y algunos rayos rezagados sobre el relajado rostro del moreno. 

El recién despertado pensó que se había enamorado una vez más. Donde la naturaleza de su pareja yacía inamovible. La tez canela se bronceaba una vez más, y el mayor se regodeaba con la compañía callada de quien presumía como el amor de su vida. 
Contorneó con vista desde su pecho descubierto hasta los bordes de su línea de cabello. Podía jurar que parecía que alguien lo había cincelado a mano. Se dio cuenta de que, si no hubiese sido por aquel accidente, Mingyu estaría completamente fuera de su alcance. Alguien tan bien hecho en todos los aspectos, parecía imposible que estuviese ahora a su lado con el sol mañanero besando su piel, y con los vestigios de una noche que no fue arruinada del todo. 

Se sentía lánguido por como hicieron el amor la noche anterior. Algo pasional pero silencioso para no perturbar la noche de alguien más. 
Se disfrutaron así como la primera vez. Y Wonwoo también juró que no se imaginaba haciendo ese tipo de cosas con alguien que no era Kim. 

Sin duda aquel hombre lo traía volcado de pies a cabeza. 

Pensó que la ciudad murmurando a lo lejos y el silencio en aquella habitación era suficiente para volver a hacerlo dormir. Pero quería permanecer más tiempo apreciando al moreno. Recorriendo y calculando cada centímetro de su piel, y cada pestaña de sus párpados. 

—Tus ojos queman, amor.—Susurró con voz áspera, cosa que hizo vibrar hasta el colchón y el último cabello en el cuerpo del azabache. 

—Y tú estás que ardes.—Afirmó con firmeza el castaño, cosa que hizo reír levemente a su opuesto. 

—Buenos días. 

—Buen día.

Un casto beso de buenos días se escuchó antes de que el azabache se atreviera a acariciar la mejilla de su amante. Apreció los casi imperceptibles vellos que siempre afeitaba de su rostro. Los suaves cabellos morenos que se veían más brillantes bajo los escasos rayos de sol que entre cortinas lograban infiltrarse. Pensó en que quizá varias personas encontraban rara la unión que tenían. La pequeña familia que desde las cenizas renació como un fénix dorado bajo una penumbra distinta. 

Su rostro se volvió nostálgico bajo el tacto cálido del moreno bajo sus yemas. Y Kim podía notar la nostalgia atravesarle las pupilas. 

—¿Sucede algo?—Preguntó el moreno, tomando la mano sobre su mejilla y acariciando sus nudillos con suavidad. 

—Nada. No es nada.—Negó con suavidad, suspirando un poco al mismo par que hundía su cabeza en la almohada tan esponjosa que olía a la dulce presencia de su novio. 

—¿Piensas en lo de ayer de nuevo? 

—Un poco. 

—Lo imaginé.—Asintió el más alto. 

—Tengo miedo de que nos miren con los mismos ojos que tus padres. Temo que eso nos quiebre de alguna manera —el mayor se mordió el labio inferior y sonrió al ver los gestos relajados del contrario, que bajo el yugo de la somnolencia no variaban incluso si estaba prestando atención a lo que hablaban.—... Odio sentirme excluido. Siempre he vivido así. No quiero seguir con ese mismo ritmo cuando estoy teniendo tan buena vida con ustedes, no sé si lo entiendes.

For the first time.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora