27

608 71 23
                                    

Era el peor lunes del mundo. 

Del incidente fallecieron tres personas, y los heridos fueron varios. Desde doctores y bomberos, hasta funcionarios del taller que realmente no esperaron que algo así sucediera. 
Entre los doctores y paramédicos, Wonwoo y Jeonghan fueron las víctimas más agravadas. 

El azabache despertó cuando el sol estaba bajando. Podía ver los rayos del sol llegar a su rostro. Podía sentirse como un abrazo de vuelta a la consciencia con aquellos rayos de sol que le besaban la piel lastimada. 
Incluso si Jeon trabajaba en un hospital, sabía que odiaba ser el paciente y no el tratante. 

Miró hacia adelante, hacia los lados. No había nadie. Estaba solo. Tenía una mascarilla de oxígeno que olía a plástico y látex. 
Rápidamente los flashes del taller comenzaron a martillar su cerebro conmocionado. Por el miedo y la desesperación de estar casi inmovilizado en la cama, su latidos cardiacos comenzaron a aumentar. La vía venosa dolía, y sentía un intenso e incómodo dolor en su pierna tapada por mantas, como si la aplastaran. Se sentía pegado a aquel colchón engorroso, su cuerpo derretido mientras sabía que todo lo que había pasado pudo haberlo matado. 

Un recuerdo fugaz del hombre que intentó rescatar, completamente calcinado, el olor a carne humana quemada, y a químicos irradiando calor. Su pierna llena de sangre y los aullidos de auxilio de otras personas, y de Seungcheol buscándolo. ¿Por qué estaba solo? 

De pronto una enfermera irrumpió en la habitación, notando al desesperado azabache que intentaba librarse del dolor y de las consecuencias en su cuerpo del accidente pasado. La mujer lo miró, intentando calmarlo al saber que su ritmo cardíaco se había alzado. 

—¿Doctor Jeon? ¿Sabe donde está? 

Su voz no salía, pero asentía mirando a todas partes y luego a la enfermera.

—¿Siente dolor? 

Volvió a asentir, y la mujer rápidamente salió para buscar a un doctor. 
Un señor más viejo regresó con la enfermera a su lado. Y el hombre rápidamente revisó sus pupilas, su abdomen, su pecho y su pierna herida. Jeon subió su mano hasta la mascarilla de oxígeno, intentando poder hablar con su garganta irritada por los gases aspirados anteriormente. 

—Dónde... ¿Dónde está Mingyu?—Preguntó con pesadez, respirando pesado y casi entrecortado. Su doctor volvió a ponerle la mascarilla en su rostro, en un intento de poder regresar el ritmo de su respiración a la normalidad.

—¿Mingyu? No había ningún Mingyu en el accidente. Al menos no en este hospital.—Negó el doctor confundido. 

—No... Es mi pareja.—Negó, intentando hablar el azabachado. 

—Ya vendrá seguramente... Intente descansar. Le daremos más analgésicos. 

El pelinegro simplemente asintió, y respiró pesado, intentando estabilizarse. Calmarse en una situación tan crítica como esa. 

Se quedó mirando el techo luego de quedarse solo en aquella habitación inmaculada e impersonal. Sus oídos llegaron a zumbar por el silencio. Sólo escuchaba sonidos de afuera, de enfermeras corriendo, de claves azules. Incluso pensó que no estaba ahí. Que él simplemente no era un paciente y simplemente estaba ahí presenciando todo porque sí. 
Sin embargo, su dolor en la pierna y su respiración entrecortada hacía todo más real. Sus brazos desnudos llenos de vendas por pequeñas heridas. Sus vías venosas y sus sueros colocados. Sentía lo helado que era que te dieran analgésicos directos, y la intranquilidad de que le tomaran la presión constantemente. 

Cuando pensó que iba a morir ante sus pensamientos, mirando al techo y pensando en el hombre que no pudo salvar, una voz conocida le irrumpió los pensamientos. 
No giró su cabeza, pero sí los pasos se hicieron cercanos.

For the first time.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora