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Mingyu algunas veces odiaba a las familias. 

Personas que juraban estar para ti en las buenas y en las malas, pero que rompen esa promesa tan frágil apenas tienes un mínimo problema. 

Eso le sucedió con su familia. Las personas que juraron que cuidarían de Bohyun, que sería parte de la familia. Que Sunhi sería parte de cada uno de los eventos como si fuese tal de sangre.

Pero todo fue mentira. 

Mingyu fue al funeral de Sunhi, mientras su bebé seguía en el hospital. 
Era un día ajetreado, Kim lo sabía y probablemente fue el motivo del por qué lo había programado para esa jornada y no una antes o después. Sabía que todos los invitados no se presentarían, era consciente de ello. 

Un día como ese, un día donde hacía frío y la nieve caía con una suave congestión de lentitud. Una cadencia particular de los copos. Donde el cementerio estaba callado y el mundo parecía en paz con la decisión de haberse llevado a Sunhi. 

Sólo se presentaron los padres de la mujer, los padres de Mingyu, y el doctor que la había atendido. Kim no le tenía rencor a aquel hombre, de hecho, le agradeció desde lo más profundo de su corazón que haya intentado hasta el último segundo todo lo que pudo, poniendo alma y cuerpo en aquella paciente que había dejado el mundo con tareas inconclusas. Un día profundamente doloroso para el hombre que se convirtió padre y viudo en una sola noche. 

¿Acaso fue su culpa? ¿Acaso fue culpa del hospital? ¿Debió estar más pendiente de su mujer en vez del trabajo? 

Era el último en el cementerio. Aquel ataúd había desaparecido de su vista, incluso si llevaba encima la flor más preciosa y que Sunhi amaba en vida. Las camelias. Una sola camelia que la acompañaría hasta que se desintegrara y se volviera parte de la tierra nuevamente. 
Unos pasos crujientes por la nieve lo sorprendieron. Era el doctor, quien simplemente lo miró.

—Señor Kim...—Susurró el hombre con la nariz roja. Un doctor que tenía los ojos rojos y todo su cuello cubierto por una bufanda. 

—¿Sí?—Preguntó el moreno mientras no apartaba la vista del agujero grande y rectangular del ataúd. 

—Lo siento mucho... Debí haber hecho mucho más que lo que hice, y asumo todo tipo de responsabilidad. Si quiere denunciarme por mala praxis, todo sería completamente entendible. 

–Hey.

—¿Hum?—Pronunció el doctor, quien simplemente podía ver finalmente los ojos hinchados y rojos del hombre al que le había arrebatado una vida plena de felicidad. Mingyu simplemente negó. 

—Este día no se trata de ti, ¿Sabes? Ve a casa. Es suficiente para mi el hecho de seguir parado mirando esto. Así que... Ve a casa, háblale a tu jodido espejo o a quién sea, pero conmigo las cosas ya concluyeron.—Kim lo rodeó, con una camelia sobrante en la mano se apartó. 

Abandonó el cementerio. 

Ya un año después de eso, Mingyu no retractaba sus palabras. Estaba en el cementerio, luego de un día pesado. Hacía un poco de frío, pero claramente era mucho menos que cuando ella había fallecido. No llevaba flores, pero sí llevaba una camelia que jugaba entre sus dedos. 
Era un poco tarde, Bohyun estaba en la casa de los Kim mayores. Así que estaba solo en aquel cementerio. El césped estaba radiante, no había mucha gente. 
Se agachó hacia el epitafio, viendo la fecha y su nombre. Dejó la flor como siempre solía hacerlo, quitó la otra que estaba marchita y suspiró. 
Los pasos lentos pero apurados sonaron cerca de él. Giró la cabeza hacia él. 

—Buenas tardes.—Dijo Mingyu mientras miraba a la señora que llegaba con una rosa blanca muy inmaculada. Parecía sacada de las alas de un ángel por lo blanca que era. 

For the first time.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora