2. Hoseok

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2. Hoseok

Cómo terminó


Hoseok vio como los ojos del chico se nublaban, apenas consciente. Cristo. Saltó de la cama, tomó jugo de la nevera y lo vertió en un vaso. Cuando regresó a la cama, era obvio que el chico no era capaz de beber solo. Dejó el vaso sobre la mesa, arrastró su cuerpo inerte a sus brazos y echó la cabeza hacia atrás. —­­Está bien, sigue conmigo aquí, pajarito. Solo necesito que te tomes esto, ¿de acuerdo?


Acercó la taza a los labios del chico, aliviado al escucharlo sorber la bebida mientras se derramaba por las comisuras de su boca. Cuando terminó, Hoseok lo dejó caer, su cuerpo colapsó hasta que su cabeza descansó contra el muslo desnudo de Hoseok. Cogió su teléfono, pero el chico lo apartó con gran esfuerzo. —No. No lo hagas. Estaré bien. No llames una ambulancia. No tengo dinero. —Sus ojos se pusieron en blanco.


Hoseok frunció el ceño. —Yo cubriré tu cuenta, pequeño. No dejaré que mueras en mi cama.


Había un millón de razones por las que Hoseok no debería llamar a una ambulancia, y casi todas tenían que ver con el hecho de que tenía un prostituto adolescente en su cama. Ni siquiera sabía el nombre del chico. Este era el tipo de escándalo que arruinaba a la gente en su profesión, pero no amaba su trabajo lo suficiente como para ver morir al chico. —Necesitas ayuda.


El chico miró a Hoseok con ojos enormes. —Por favor, no lo hagas. Solo dame quince minutos y estaré mejor. Te lo prometo—, juró con voz débil.


Los dientes del niño habían dejado de castañetear y ya no temblaba. Pero estaba pálido, su piel estaba húmeda. —Diez—, respondió Hoseok.


—Bien. Diez —asintió el chico.


A medida que pasaban los minutos, Hoseok pasó los dedos por las ondas color castaño oscuro del chico, su cabeza apoyada en el regazo de Hoseok y su respiración se iba calmando poco a poco. Él era hermoso. Sus ojos eran de un marrón chocolate, y tenía una figura impecable, como si un escultor lo hubiera tallado en piedra. Parecía joven. Antes, le había calculado alrededor de veintiún años, pero ahora parecía mucho más joven. Si trabajaba para Dami, tenía al menos dieciocho años, pero eso era un pequeño consuelo ahora que había enfermado al chico.


El chico. No podía seguir llamándolo así. —¿Cuál es tu nombre, pajarito?


—Hyungwon—, se las arregló, forzando a sus párpados a abrirse lo suficiente para mirarlo.


Hoseok se preguntó si ese era realmente su nombre o si había recordado la identidad falsa que había creado para sí mismo. —¿Cómo te sientes ahora?


—Mejor.


El alivio inundó a Hoseok. —Bien.


Suavemente pasó a Hyungwon al colchón y se levantó una vez más, regresando cinco minutos más tarde con un sándwich de mantequilla de maní. El chico se sentó y los ojos se le iluminaron ante la comida. Intentó agarrar el sándwich, pero Hoseok mantuvo el plato fuera de su alcance. —Sin alergias al maní, ¿verdad? Odiaría salvarte de caer en un coma diabético solo para que mueras de anafilaxia.

La disciplina de Hyungwon [2WON] ✔✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora