9.- La calidez del sol y el cariño (Mordida)

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La calidez del sol y el cariño

(Mordida)

—Escuché que un chico de último año marcó a su pareja —comentó Legosi, mientras sentía sus hebras llenas de sol.

—Si, yo también —murmuró como respuesta Louis, que parecía igual de embriagado por la débil calidez—. Son una pareja de antílopes, me parece.

El invierno había llegado, y las temperaturas descendían como cada año. Los cielos grises abundaban en la estación de los días oscuros, sin embargo, en esa tarde, el sol se asomaba tímido entre las pesadas nubes. Los etéreos destellos de oro parecían un regalo que se filtraba entre las garras del frío.

Habían detenido su camino para descansar bajo un rayo, intentando disfrutar ese pequeño calor lo más que podían.

—¿Puedes creerlo? —preguntó el ciervo, de repente.

—¿Qué cosa?

—Morder a tu Omega estando aún en preparatoria, ¿cuál es la urgencia? —continuó. Tenía los ojos cerrados—. Pronto irán a la universidad, y quizás se den cuenta de que fue un error.

—Tal vez estaban destinados.

—¿Destinados? —repitió, divertido—. Por supuesto, eres de los que creen en eso del destino.

—Bueno, yo estoy en segundo grado, y sé que quiero casarme contigo. Estoy seguro de que eres mi destinado...

—Eso es porque eres un idiota romántico —respondió el ciervo, abriendo por fin los ojos, con un brillo burlón en ellos. Oh, cuanto amaba Legosi esos momentos.

Una ráfaga de viento removió las ramas de los árboles, que crujieron con dolor. Las nubes avanzaron, ocultando el leve atisbo de sol y la temperatura pareció descender al menos cinco grados. Vio a Louis arrebujarse más en su enorme abrigo, como si de una manta se tratase. No podía ignorar el suave temblor que recorría su cuerpo; la forma en la que intentaba cubrirse el cuello con su bufanda; su mirada, que, aunque parecía alegre, se le veía impaciente por irse de ahí. Lo amaba. Lo quería para él.

—Pienso a menudo en el asunto de la mordida —confesó de repente, y notó como la diversión desaparecía de sus ojos—. En como lo haremos...

—No te agobies, sabremos qué hacer cuando llegue el momento

—¿Y si no?

—Legosi...

—Creo que deberíamos hablarlo.

—¿Lo ves? A esto me refiero, tienes demasiada prisa por sellar el compromiso —replicó Louis, molesto.

—Necesitamos saber si es posible en dos Alfas, ¿y si te hago daño?, ¿y si ni siquiera nos pactamos? ¿Y si...

No terminó de hablar, sus dudas se interrumpieron abruptamente cuando sintió que el herbívoro tomaba una de sus manos. Su pareja llevaba guantes, pero podía sentir su calor como si no los tuviera. Sin decir nada, se llevó su mano a la boca y mordió el dorso sin demasiada fuerza, sólo la suficiente para dejar una ligera marca húmeda.

—Ahí lo tienes, tu mordida —dijo, soltando su mano—. ¿Estás contento?

—Eso no... —Vaciló. Observó el brillo de la saliva en su mano, se sintió como un pequeño pellizco, de ninguna manera podía tratarse de "la marca"—. No significa nada.

—Significa todo, si así lo quieres —sonrió—. Acabo de marcarte, Legosi.

No respondió nada. A veces eso era lo mejor.

—Está bien, fue un mal chiste, lo admito. Sólo quería que dejaras de preocuparte.

Trató de sonreír. No estaba molesto, al contrario, le parecía imposible poder quererlo más, pero en ese momento vio que estaba equivocado.

—Puedes hacer lo mismo con mi mano, si gustas —continuó Louis—, aunque tal vez debas hacerlo con menos fuerza o me harás sangrar.

Sólo asintió. Como las nubes habían dejado atrás todo rastro de calor, el ciervo rojo continuó andando hacia su destino original: el club de teatro. Legosi lo siguió a los pocos segundos quedando de vuelta a su lado.

El trayecto fue silencioso, una caminata agradable en medio de los tristes cielos. Llegaron al salón donde acababa su travesía, pero antes de separarse, Louis puso una mano en su hombro llamando su atención.

—No lo olvides, te he marcado —le recordó, para luego unirse al resto de la clase con una sonrisa petulante en el rostro.

Las últimas flores del año (Omegacember)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora