11.- ¿Qué tan difícil es hacer un nido? (Construcción de nido)

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¿Qué tan difícil es hacer un nido?

(Construcción de nido)


—¿Qué tan difícil es hacer un nido?

La pregunta llegó sin aviso y ondeó en el aire, junto al polvo en suspensión, que se convertía en oro por la luz de la tarde. En aquel momento del día el cielo adquiría un matiz especial que a Legosi le gustaba mucho. Estaban en la sala, pasando el tiempo, uno al lado del otro, eran raros los días en los que podían descansar juntos.

Olía el aroma del café que sostenía Louis, quien seguía distraído viendo el televisor, como si no acabara de hacer una pregunta tan inusual.

Las voces del noticiario quedaron en segundo plano por un instante. Un nido, algo que realmente no llegarían a hacer.

—¿Por qué lo preguntas?

—Ayer una pasante llamó para pedir el día libre —Informó el ciervo, y paró para tomar un sorbo de café—. Al parecer, quería quedarse en casa para ayudar a su Omega a construir el nido.

—Qué curioso. El otro día un compañero nos contó que su pareja lo echó a patadas para hacer el nido a solas —respondió, casi a tientas. Le seguía pareciendo extraño hablar del tema con Louis.

—Si, pero, ¿Qué tan complicado puede ser apilar un montón de ropa? —espetó, con un tono que no terminó de agradarle.

—Deja de hablar así.

Y como respuesta, le dedicó una mirada: "¿Así, cómo?" parecía decirle.

—Deberías ser más considerado con los Omegas —reprendió, y por una vez, ignoró la irónica sonrisa que se dibujó en el rostro del herbívoro—, es importante para ellos crear un lugar donde se sientan a salvo.

—No estás respondiendo a mi pregunta. Insisto, ¿Cuánto tiempo puede tomarte hacer esto? —dijo, y se puso de pie, dejando su taza en una mesa de centro.

Tomó la chaqueta usada del lobo que se escondía abandonada en el sofá, esa por la cual lo había regañado la noche anterior, y la tiró extendida en el pequeño sillón que acompañaba la sala.

—¿Lo ves? No necesité ayuda.

—No es sólo eso, un nido es para que se sientan protegidos.

—Realmente te gusta el tema de los nidos, ¿eh? —chanceó, y se sentó en el mueble, encima de la chaqueta—. Parece que ya tengo uno.

Legosi también se levantó del sillón, pero no confrontó a su pareja, a pesar de que una molestia le ensombrecía el rostro. Había días en los que Louis parecía propuesto a exasperarlo, y ese era uno de esos. Lo sabía, lo veía en su mirada triunfante. No se interesaba en lo más mínimo por el asunto de los nidos, estaba seguro de ello, sólo le importaba tener la última palabra.

Bien, pensó el lobo, él también sabía cómo fastidiarlo. Se dirigió al fondo de la habitación, dónde descansaban un par de altos libreros. Sin pensarlo dos veces, empujó uno de los muebles y poco a poco comenzó a ceder. Cuando este se separó de la pared, el fuerte olor a polvo casi lo hizo estornudar. Arrastró el pesado librero por toda la sala, y sintió regocijo cuando vio al ciervo rojo, con los ojos muy abiertos, incrédulo por lo que estaba haciendo. Dio un fuerte resoplido cuando por fin dejó el librero dónde lo quería: justo al lado del reposabrazos del sillón.

Aún sin decir palabra, repitió el proceso con el segundo. Cuando finalmente el sillón se vio rodeado de ambos muebles, miró de vuelta a Louis. Conservaba su expresión de sorpresa, pero sus pupilas parecían temblar con inquietud. El orden era importante para él cérvido. Muy importante. Abrió la boca, pero pasaron unos cuantos segundos para que por fin dijera algo.

—¿Para qué...? —empezó Louis.

—Para crear un espacio seguro.

—Un espacio "seguro" para un Omega.

—Así es.

—No me parece que lo sea.

—¿No?

El ciervo parpadeó, como si buscara esclarecer sus ideas. Lo vio voltear hacia el espacio desnudo en la pared del fondo, la silueta del mueble parecía llorar por su perdida. El silencio entre ellos se agigantó, acabo por convertirse en un abismo. Finalmente lo miró a los ojos, y el fuego pícaro en sus luceros de bronce pareció avivarse de nuevo.

—Digo ¿estará realmente seguro rodeado de tantos libros y estatuillas? —preguntó, burlón, tocando los objetos de las repisas ahora a su alcance gracias a Legosi.

Vio como la luz de la tarde penetraba por las ventanas, como siempre lo hacía al llegar el crepúsculo, y dejó de sentirse enojado. Hacía brillar el pelaje de Louis, dorado y sereno. No había nada más hermoso.

—No, no lo creo —dijo, de buen humor.

Empezó a retirar los objetos de las repisas, le tomó varios minutos vaciarlas, pero lo hizo. Estas yacían en el sofá, en la mesa y el suelo, desorganizadas. Después de todo, el fin era molestar al herbívoro. Descubrió un pequeño placer en ello. Por fin entendió porque Louis lo hacía.

—El nido necesita muchas más cosas. Cosas del Alfa —explicó Legosi, y obligó al contrario a levantarse—. Que tengan su aroma.

En la misma habitación encontró el delantal de cocina que usaba en su trabajo (ese también le había costado un regaño, uno más severo), y lo colocó junto a la chaqueta.

—Eso apesta a comida —murmuró Louis, con una clara mueca de asco.

—Entonces hay que ponerle algo más agradable.

Sonrió, y sin previo aviso, lo despojó de su cárdigan tejido. Un jadeo de indignación se escuchó en el aire y fue exquisito. El aroma de su pareja estaba impregnado entre las lanas, junto a su tierno calor. Estuvo a punto de estrujarlo entre sus brazos y olerlo, pero se lo había quitado por una razón. Al igual que Louis hizo con su chaqueta, lo extendió por todo el respaldo del mueble, asegurándose de cubrir todo el terciopelo posible.

—¿No se ve mucho mejor? —era su turno de lucir una perfecta sonrisa burlona.

Supo que Louis lo había tomado como un insulto, y no tardó en darle una respuesta, tomando otra pertenencia del lobo para añadirlo a la pobre colección.

Mientras el reloj de la pared seguía campanilleando segmentos de tiempo y en el televisor la programación cambiaba, ellos continuaron agregando pertenencias del otro al supuesto nido sin parar. Entre más personales fueran dichos objetos mejor, pues enfurecer al otro les parecía un trofeo perfecto. Al cabo de una hora, el apresurado sonido de pisadas llenaba las habitaciones, la búsqueda de bienes materiales se había extendido a todo el departamento.

La luz naranja evoluciona a rojo en las ventanas hasta no ser más que una franja púrpura en el horizonte. Pero el espectáculo natural fue totalmente ignorado, pues la pareja de Alfas insistía en llenar el nido, cuyo tamaño dejó de ser discreto.

Legosi fue el primero en notarlo, y poco después Louis, pues no había dicho nada cuando le había arrebatado de las garras su abrigo favorito.

El sillón había desaparecido. Los libreros también fueron víctimas de sus bromas. En ellos descansaban objetos varios, y una manta los cubría, por lo que el "nido" parecía una especie de fuerte.

Lo miraron un rato más, confundidos por lo que hicieron sin darse cuenta.

—Creo que... —musitó Legosi— hicimos un nido...

—Y no fue nada complicado. Te lo dije.

Legosi recordó de repente que había empezado todo eso.

—Lo que si te tomará el resto de la noche será limpiar todo esto —dijo Louis, cruzando los brazos.

Sonriendo, pensó el joven lobo, siempre sonreía de esa manera cuando tenía la última palabra. 

Las últimas flores del año (Omegacember)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora