16.- Las espinas de las rosas (Gruñido)

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Las espinas de las rosas

(Gruñido)

Finalmente había llegado esa época del año. El momento en que se despedía de sus cornamentas hasta que estas volvieran a crecer. Aún podía sentir su peso, altas y orgullosas. Veía su sombra invisible en el reflejo. Donde debería estar su orgullo como cérvido macho, un vergonzoso vendaje le cubría lo que había perdido. Era un proceso temporal, claro, y nunca le había importado demasiado. Pero esa mañana su humor era un poco irascible, al igual que los últimos días.

Se encontraba envuelto en una marea de constantes problemas, disputas y reclamos. A pesar de ello, el conglomerado no peligraba (al menos no todavía), pero no podía decir lo mismo de su estabilidad mental.

Estrés, cansancio, egoísmo, era capaz de llamarlo como quisiera, de igual manera era un cuchillo que lo estaba matando. En momentos, se consideraba el único guardián de la cordura y la verdad en un mundo de mentirosos e ineptos. Luego se despreciaba por ese sentimiento, y sólo entonces, en su habitual autocrítica, se sentía a salvo. Al menos esa era una sensación que podía controlar.

En el lavabo, los papeles llenos de sangre coagulada figuraban rosas enfermizas con el repulsivo perfume de metal. Lo saboreó en la punta de su lengua, bajando por su garganta como un veneno. Asqueado, apartó la vista y salió del cuarto de baño en un acto de autodefensa.

—Me tomaré el día libre —anunció con desgano. Podía oír a Legosi preparando el desayuno en la cocina.

—¿En serio? Muy... bien —respondió Legosi, pero el titubeó que escuchó en su voz casi le hizo entornar los ojos.

—¿Hay algún problema?

—No, es sólo... ¿No tienes mucho trabajo?

—Tengo una pila de carpetas de medio kilómetro de altura en mi escritorio. Si, podría decirse que tengo mucho trabajo, pero ¿a ti que te importa, de todos modos?

El lobo se volvió hacía él. Sus ojos demostraban un ligero atisbo de sorpresa, como si se hubiera pinchado el dedo al tratar de tomar una rosa. Pero sólo duró un momento, su rostro volvió a la serenidad. Aún sostenía la espátula con la que terminaba de cocer el desayuno. Una gota de aceite trémolo frágil en el borde hasta caer finalmente.

—Sólo no quiero que tengas problemas.

—No los tendré, gracias —murmuró, procurando disimular la irritación que le causaba.

Luego se preguntó qué demonios le pasaba. Si había salido de la cama con el pie izquierdo, ese era su problema. No debía desquitarse con el lobo cuando esté no hacía nada más que ser atento y preocuparse por él.

—No quería hablarte así —le dijo.

—Descuida. Lo entiendo, estás en una mala racha, es todo.

Louis le dirigió una vaga sonrisa, un tanto forzada. Por un momento se sintió más furioso que antes, con ganas de gritarle que era más que solo una mala racha, era incertidumbre, debilidad. Pero solo fue un matiz desagradable de su cabeza. «Eres de lo peor —se dijo, y eso lo ayudó a calmarse.»

—Tal vez tengas razón, no puedo simplemente tirar el trabajo.

—Siéntate a desayunar —pidió Legosi—. Después pensarás en qué hacer.

Asintió, aunque no tenía apetito. Pensó que podría forzarse a comer, pero cuando tuvo el plato frente a él supo que no sería capaz de probar ni un bocado.

Las últimas flores del año (Omegacember)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora