4.- Sobre imaginaciones (Cuello)

185 25 14
                                    


4

Sobre imaginaciones

(Cuello)

Recorrió su largo cuello con una suave línea, y sintió como el cuerpo a su lado se tensaba al instante.

Louis apartó la vista del libro que le había robado toda su atención hasta ese momento. Cuando giró la cabeza, sus altas cornamentas bailaron en el aire por un segundo, y el lobo tuvo que apartar el rostro levemente. No le importaba, se había acostumbrado a esas precauciones.

El ciervo lo miró con sus brillantes iris, curioso, inquieto.

—¿Qué estás haciendo? —Preguntó Louis, con un tono que indicó que lo había despertado de un ensimismamiento.

—Nada, es sólo que... me gusta tu cuello.

Las palabras quedaron colgadas en el aire.

El ciervo sólo bufó, pareciendo más incómodo que conmovido por el cumplido. Un suave sonrojo le decoró el rostro, y sus grandes ojos resaltaron más. Sin profesar respuesta, retomó su atención a la lectura, aunque el lobo supo que no volvería a bajar la guardia.

Sin embargo, el canido volvió a su tarea y creaba caminos por el cuello del otro Alfa. Sentía su pelaje, tan dulce como terciopelo, el calor de su piel, y el pulso que se encontraba detrás de ella. En ocasiones, Louis lo miraba de reojo, y de nuevo intentaba leer, y luego volvía a mirar, en espera de una explicación que no llegaba.

Legosi estaba demasiado ocupado adorando esa zona de su cuerpo. Pensaba profundamente en cómo sería morder su cuello; cómo sería ver las gotas de sangre deslizándose por intrincados caminos entre sus hebras doradas; lo que significaría marcarlo. Lo volvería suyo. Se tendrían el uno al otro. Finalmente se unirían de todas las maneras conocidas.

Pero las cosas no podían ser tan sencillas en la cruda realidad. Su ciervo era un Alfa, al igual que él. No conocía a ninguna pareja que fuera como ellos, dónde ambos pertenecieran a la misma condición. Era posible que, incluso si lo mordiera, aquella marca no significara más que dolor y una cicatriz vergonzosa, que no se formara ningún hermoso vínculo.

Aun así, la fantasía de cumplir su naturaleza junto a él le endulzaba el alma, lo ayudaba a olvidar la clase de mundo en el que vivían.

Jugó con su corto pelaje, estrujándolo suavemente entre sus dedos. Delineó la forma que dejarían sus colmillos.

—¿Quieres dejar de pensar en morder mi cuello? —Reclamó Louis, rompiendo el silencio.

El lobo gris se sobresaltó, y descubrió lo obvio que estaba siendo. Una tenue vergüenza lo envolvió, pero esta se acrecentaba poco a poco.

Sabía lo que Louis pensaba sobre eso. El asunto de la marca no era un tema que deseaba incluir en las conversaciones. Le sabía a algo incómodo que tarde o temprano tendrían que discutir, pero decidía retrasarlo cuánto le fuera posible, fingir que ese momento no llegaría jamás. El frágil orden que mantenían parecía ser suficiente.

Legosi no pudo evitar bajar la mirada, apenado.

—Está bien —suspiró el herbívoro, para sorpresa de su pareja—. Yo también he pensado en morder el tuyo, así que te perdono.

Las últimas flores del año (Omegacember)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora