20.- Sobre infancias y recuerdos (Dominación asertiva)

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Sobre infancias y recuerdos

(Dominación asertiva)


La naturaleza, en su eterna sabiduría, había creado al Alfa para estar con el Omega. Así era el amor verdadero; efímera belleza en una eterna rueda llena de frialdad y sangre. Uno dominaba, y el otro apoyaba, y por eso existía perfecta armonía en la sociedad.

Fue lo que le enseñaron desde que era un cervatillo, incluso antes de presentar su segundo género. Cualquiera que fuera su condición en el mundo, el deber de un ciervo era portarla con orgullo, y ser el mejor. Afortunadamente había nacido Alfa, así que no tuvo que preocuparse por ser el Omega noble de exquisita cortesía que la sociedad deseaba. Entonces se le asignó una tarea más honorable a su parecer: cuidar de la manada.

Desde el primer momento que experimentó sudores fríos y temblores, el doctor lo declaró Alfa. Sin perder tiempo, empezaron a prepararlo para ser un líder; carismático y locuaz, y severo cuando se necesitaba. Pero un Alfa no era nada sin una familia a la cual proteger por lo que debía buscar a su Omega (de la misma especie) para unirse y procrear herederos. Los hijos de una sangre pura.

En su lugar, Louis quedó prendado de un compañero de jerarquía, tirando a la basura años de educación tradicional.

Aún así, durante un tiempo Louis albergó en secreto la seguridad de que su relación con el lobo no era más que una fase oscura y hormonal, y que no duraría más allá de la preparatoria. Luego llegó la universidad, e imaginó que ese sería el tiempo de partir, de seguir adelante, cada uno encontraría una pareja más adecuada para sus roles. Y sin darse cuenta la vida adulta ya los había recibido, pero Legosi seguía ahí, durmiendo a su lado cada noche. Para ese punto de su vida, el ciervo no anhelaba nada más que pasar el resto de sus días con él, aunque se reservaba esos sueños para sí mismo.

Sin embargo, la huella de la inalcanzable perfección con la que le llenaron la cabeza de niño no lo abandonaba, y había momentos en los que las enseñanzas de su infancia asaltaban sus pensamientos.

El Alfa y Omega. Cuántas horas habían dedicado a enseñarle sobre la interacción entre ambos géneros.

Uno provee, el otro cuida.

Uno guía, el otro sigue.

Desafortunadamente, Legosi y Louis no tocaban esa misma sinfonía.

Si bien el lobo era un pésimo Alfa y solía cederle el poder, existían ocasiones en las que se sublevaba a su autoridad. Ambos llevaban en la sangre los delirios de una grandeza primitiva, y cuando dos líderes naturales competían por guiar no lograban llegar a ningún lado.

Y aquella madrugada fue una de esas ocasiones.

Estaban en la cocina. Mientras los vientos fieros azotaban las ventanas cerradas, adentro había un pacífico silencio solo interrumpido por las manecillas de un reloj de pared. Llevaba horas en la mesa y su atención aún seguía en la computadora portátil frente a él cuando Legosi le dijo que parara. No lo había pedido de la manera casual con la que le pedía una taza para su té en los atardeceres, lo hizo casi demandante, sin llegar a la agresión. Solo una pequeña e inocente orden que esperaba ser cumplida.

—No. —Fue lo único que le contestó Louis.

—Trabajas demasiado.

—Si, trabajar demasiado es mi trabajo.

Las últimas flores del año (Omegacember)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora