Las últimas flores del año (Omegacember)

10.- Los gajes del amor (Parche)

Nota:

- Continuación del cap. 9 (*'ω｀*)

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10

Los gajes del amor

(Parche)

—Te dije que lo hicieras con menos fuerza —reclamó Louis, luego de un siseo de dolor que no pudo contener.

El chorro de agua cayó sobre su mano lacerada y a pesar del ardor, lo sintió extrañamente reconfortante. La sangre seca se escurría de su pelaje, cayendo escarlata y diluida en el lavabo. Dibujaba delgadas líneas rojas, como venas.

Legosi había reunido gasas y un frasco de peróxido de hidrógeno. Cuando retiró la mano del agua, el flujo de sangre había aminorado y todo se reducía a unos pequeños puntos rosados y encarnecidos. Se envolvió la herida con un paño, mientras el lobo abría los empaques con movimientos torpes y temblorosos. Estuvo a punto de derramar el líquido.

—Quita esa cara —murmuró el ciervo, al ver el miedo que se dibujaba en sus ojos—, no estoy enojado.

—Lo siento tanto, Louis, no quería...

—Déjalo, fue mi culpa por sugerir la idea.

Le tendió la mano al canido, quien captó al segundo lo que quería. Vertió el peróxido en algodones y palpó los surcos en su piel. Louis sintió el familiar ardor al instante, como una lengua de fuego. La herida empezaba a espumear, no había notado el temblor de sus dedos hasta ese momento.

Mientras Legosi continuaba con su tarea de curación, miró hacia el suelo ahora adornados con diminutos lunares carmesí, y esperó con todo su corazón que nadie se asomara por la puerta del baño. La sangre solía poner nerviosos a los animales y no sentía ánimos de dar explicaciones. Luego se le ocurrió que bien pudieron haber dejado todo un rastro por los pasillos, como sangre guiando hacia la madriguera de un cazador.

Suspiró. Todo había ocurrido demasiado rápido. Legosi le mordió el dorso de la mano, justo como él lo había hecho, pero la mínima fuerza había reventado su delgada piel. Al instante se cubrió la herida, sintiendo como la viscosidad de la sangre le mojaba y se escurría. Pudo notar la mirada horrorizada del otro Alfa, y cuando le indicó que buscara algo para vendarlo y que lo vería en el baño, ni siquiera pareció escucharlo. Había sentido un atisbo de terror al ver sus afiladas pupilas dilatadas, al ver la forma en que involuntariamente relamía la sangre en sus colmillos, pero no le pareció correcto mencionarlo. No cuando su lobo parecía a punto de desplomarse.

Una presión en la mordida lo trajo de vuelta con una nueva punzada de dolor. La gruesa gasa blanca le cubría la mano, y como no se dibujaron rosas de sangre en la superficie supo que lo peor había pasado.

Legosi le tomó la mano con las dos suyas delicadamente, tratando de no apretar el vendaje. Deslizaba el pulgar sobre este con una caricia suave, como una disculpa. Era tanto su cuidado, tanto el amor que sentía con ese gesto, que un pensamiento divertido le vino a la mente.

—Ni lo pienses, esta tampoco cuenta como la marca.

—¡No estaba pensando en eso! —Exclamó Legosi, como si lo hubiese acusado de un crimen atroz.

—Sólo bromeaba —sonrió, aun cuando no le causaba gracia a su dulce lobo.