✞ 2. Los Davies ✞

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Isobelle

—¡Mierda!— me levanto de un salto. Son las 7:15, y ya voy 15 minutos tarde. Me visto a toda prisa y salgo corriendo hacia la universidad, sintiendo una tensión inexplicable que se mezcla con la adrenalina de la mañana.

Al llegar, estaciono el auto y me dirijo a la entrada. La universidad es pequeña y antigua, con paredes que parecen susurrar secretos. Todo el edificio da un aspecto sombrío y tétrico, como si llevara décadas ocultando algo. Casi puedo sentir que Jacksonville en sí esconde un misterio más oscuro del que todos en este pueblo de ojos vigilantes murmuran. Las calles parecen desiertas, con cada casa envuelta en un gris apagado, sin rastro de vida o color.

Paso por dirección, donde me explicarán lo necesario y me dirán dónde está mi aula.

—Señorita Harrison, llega 20 minutos tarde —dice una anciana con voz dura, que parece estar esculpida en piedra, mirándome como si pudiera ver a través de mí.

—Sí, disculpe. Me retrasé un poco —respondo, forzando una mueca de pena.

—No hay problema... esta vez —agrega con un tono que me hace estremecer. Me da la impresión de que en Jacksonville el tiempo se mide diferente, como si llegar tarde aquí tuviera un peso que no tiene en otros lugares.

La directora hace un gesto a una chica de cabello corto y tez pálida que estaba detrás de ella.

—Marie, dale un recorrido y explícale las reglas. Ah, y muestra su salón a tu nueva compañera.

—Claro, directora Evet. Vamos —responde Marie en voz baja, como si hablar más fuerte fuera un riesgo.

Me entrega una llave del casillero, y recorremos el pasillo en silencio, cada paso resonando en el suelo antiguo. Al llegar a la biblioteca, sus dimensiones me sorprenden: es enorme, oscura y cubierta de una extraña penumbra. Mis ojos se deslizan por cada rincón, explorando sus estantes altos y apretados. Parece que cada libro guarda un secreto, algo que podría cambiar el destino de quien se atreva a abrirlo.

—Esta es la biblioteca. Puedes venir cuando quieras, excepto durante las horas de clase. Se abre a las 5:00 a.m. y cierra a las 6:00 p.m. —explica Marie.

—Y... ¿las reglas? —pregunto, percibiendo algo en su voz que me alerta.

—Sí... bueno, primero: no puedes salirte del aula en horas de clase. Segundo: no te quedes en el campus después de las seis de la tarde. Tal vez ya te hayan dicho que nadie sale en el pueblo después de las siete —responde en voz baja, con la mirada baja, mientras yo me fijo en cada esquina. Siento que hasta las sombras me observan. Sigue explicando—. Tercero: respeta los horarios... en todo momento. Esas son las más importantes.

—Vaya, qué reglas... —digo con sarcasmo, aunque una parte de mí siente que esa misma norma esconde algo más, algo que Marie no dice. Ella me lanza una mirada seria, como si el sarcasmo no tuviera cabida aquí.

Tras recorrer el lugar, llegamos a nuestra aula. Apenas cruzo el umbral, siento las miradas de los pocos estudiantes —quizás quince— que llenan el aula, y todos me observan con una intensidad que parece bordeada por el miedo.

Luego, durante las clases, la conversación monótona del profesor me deja perdida en mis pensamientos. Al llegar al comedor, Marie sigue pegada a mí, una sombra silenciosa. Aunque tengo que admitir, su presencia resulta intrigante.

—¿Por qué viniste aquí? —pregunta de repente, sacándome de mis pensamientos.

—¿Perdón? —pregunto, fingiendo indiferencia.

—¿Qué te trajo a Jacksonville? Nadie se muda aquí sin una buena razón... o una razón peligrosa.

—Es curioso que alguien encuentre "agradable" un pueblo fantasma. Generalmente, quien viene aquí está huyendo de algo... o busca comprobar si la maldición es real.

•Desde Las Sombras•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora