Tormenta en el corazón

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Los primeros días que estuvo hospedado en casa de su madre fueron una auténtica tortura para Darren

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Los primeros días que estuvo hospedado en casa de su madre fueron una auténtica tortura para Darren. La señora ingresaba a la habitación del joven cada quince minutos para corroborar que este se encontrase a gusto y que no le faltase nada. Insistía repetidas veces en que él debía dar inicio a sus sesiones de terapia física para que así pudiese volver a caminar y movilizarse como lo hacía antes del accidente. El obstinado chico solo se limitaba a ignorar las constantes peticiones de doña Matilde y se encerraba en sus pensamientos. No paraba de darle vueltas a la nefasta cadena de acontecimientos que lo habían llevado a estar postrado en aquella cama, despojado de todas las cosas que más le importaban en la vida. Había erigido un enorme muro de frustración y autocompasión alrededor de su corazón. No planeaba mover ni un dedo.

El paso de las horas se le hacía largo y tedioso. Asomarse por el amplio ventanal de su cuarto era una de las pocas distracciones que tenía a su disposición. A pesar de que la vista desde aquella casa ubicada en el barrio de la Recoleta no podía ser más agradable, el muchacho se sentía miserable cada vez que miraba hacia el exterior. Cualquiera de las escenas que transcurrían frente a sus ojos no hacían más que recodarle su mala fortuna. Un grupo de niños correteando alegres detrás de una pelota; una pareja de adolescentes enamorados que se tomaban afectuosamente de la mano; hombres de negocios ataviados con elegantes trajes desfilando en sus caros automóviles... La vida le restregaba en la cara todas y cada una de sus pérdidas.

Cuando se hartaba de estar sentado frente a la ventana, lo cual sucedía con pasmosa rapidez, el joven de oscuros cabellos rizados lanzaba un fuerte grito cargado de disgusto y aventaba algún objeto que estuviese al alcance de sus manos. Esa era la típica señal para que su mamá acudiese en su auxilio y lo llevase de vuelta al catre. La mujer se limitaba a observar en silencio los desplantes de su hijo, pues comprendía a la perfección que no estaba resultándole nada sencillo asimilar su complicada situación actual. No siempre lograba ocultar las lágrimas que se le escapaban al presenciar en primera fila la deprimente condición física y emocional en la que Darren se encontraba. Pero ella se esforzaba mucho para lucir tranquila frente a él, ya que su empatía sincera era interpretada como simple lástima, y eso solo empeoraba aún más la tensa relación que tenían.

Desde que había salido del coma, no había transcurrido una sola noche en que el muchacho consiguiese conciliar el sueño por más de veinte minutos. Horribles pesadillas recurrentes lo acechaban cada vez que cerraba los ojos. El insomnio crónico no hacía más que aumentar de manera considerable la irritabilidad y los demás síntomas depresivos que lo aquejaban. Doña Matilde notificó al doctor Fernández acerca de ese problema casi enseguida. Este decidió prescribirle una dosis diaria de diez miligramos de zaleplon al chico durante dos semanas consecutivas. Al término de ese periodo, la dosificación se reduciría poco a poco hasta eliminarla por completo. Dicho procedimiento se llevaría a cabo para comprobar si el problema inicial se había atenuado o si permanecía igual. Aunado a ello, el médico le enfatizó a la madre que debía persistir en sus intentos para que Darren asistiera a las sesiones de terapia. Las medicinas por sí solas no podían hacer que él recuperase la movilidad de sus extremidades inferiores.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora