Dichosas coincidencias

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Doña Matilde había seguido dándole vueltas al asunto del temido nombre femenino que su hijo pronunciara por accidente varios días atrás

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Doña Matilde había seguido dándole vueltas al asunto del temido nombre femenino que su hijo pronunciara por accidente varios días atrás. No lo había escuchado mencionarlo en frente suyo otra vez, lo cual la dejaba aún más intranquila. Aquello podría ser un indicativo de que el muchacho ocultaba algo. No le había comentado nada referente a que estuviese saliendo con alguna chica nueva, pero eso en sí mismo no le aseguraba nada.

¿Y si él había empezado a verse con la tal Maia en secreto? ¿Y si ya conocía la verdad acerca de su padre? La señora deseaba creer que Darren había estado hablando de cualquier otra persona que no fuera la jovencita a cargo de la familia Escalante. La mujer conocía de sobra cuánto la castigaría su obstinado cerebro si no se deshacía de aquella obsesión. No iba a estar tranquila hasta que comprobase si las terribles sospechas que tenía eran infundadas o no.

La dama todavía no lograba reunir el valor necesario para seguir a su hijo en una de las frecuentes salidas nocturnas que este organizaba con Jaime. ¿En realidad se reunía con aquel muchacho o solo se trataba de un pretexto para esconderle algo? Le resultaba imposible dejar la paranoia a un lado, pues el chico siempre había sido muy abierto y honesto con ella. Él nunca había sentido la necesidad de mentirle o encubrir lo que hacía. ¿Por qué habría de empezar a hacerlo ahora? La mujer se repetía que solo se trataba de malas pasadas de su mente y nada más, o quizás no. Restaba poco tiempo para que la creciente inquietud de la señora la impulsara a averiguar aquello de una vez por todas.

♪ ♫ ♩ ♬

Darren se había puesto manos a la obra desde el instante en que abandonó el estudio de Jaime. Después de haber contemplado el radiante rostro de Maia, sus niveles de creatividad estaban rozando las nubes. Quería hacer un trabajo de la más alta calidad, pero no era solo por lo prestigioso del evento en el cual sería presentado. Anhelaba crear una canción que sobrepasara las expectativas de quien había llegado a convertirse en una de las personas más importantes de su vida. La pequeña violinista se merecía eso y muchas cosas más.

Las neuronas del chico estaban barajando múltiples posibilidades para la letra de la sonata de forma atropellada. Decenas de ideas lo atacaban a cada instante como un enjambre de abejas enfurecido, pero ninguna de ellas lo dejaba satisfecho. Se sentía ahogado en medio de un caos de versos y estribillos que le sonaban ridículamente comerciales para ser dignos de acompañar a una creación artística tan sublime como la de Maia.

Había cientos de cosas con respecto a la muchacha que el joven Pellegrini aún desconocía. Sin embargo, no necesitaba desvelar ninguno de aquellos secretos para ser capaz de comprender el significado implícito en las melodías. El alma de la chica estaba repleta de magulladuras y heridas que enviaban un mensaje cifrado a través de las notas. Aunque ella parecía dominar el arte de camuflar sus angustias bajo las bonitas sonrisas que le dedicaba, las composiciones musicales que elaboraba dejaban entrever la pertinaz tristeza que le roía las entrañas. Entre cada legato y staccato ejecutado por Maia, viajaban con disimulo los sangrantes fragmentos de su espíritu lastimado.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora