Una noche de gala (Parte VI)

2.6K 399 386
                                    

—Tenés todo el derecho de reventarme a patadas si vos querés, pero por favor vamos afuera y hablemos primero, ¿puede ser? —susurró Matías al oído de su esposa, después de contener el impulso violento de ella durante varios segundos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Tenés todo el derecho de reventarme a patadas si vos querés, pero por favor vamos afuera y hablemos primero, ¿puede ser? —susurró Matías al oído de su esposa, después de contener el impulso violento de ella durante varios segundos.

La dama comenzó a caminar bajo el abrazo masculino a regañadientes, pero no trató de oponer resistencia. A medida que avanzaban juntos hacia la salida, los señores Escalante debían esforzarse por ignorar las miradas indiscretas de las personas que los rodeaban. Algunos de ellos habían presenciado la escena de primera mano, mientras que otros se pusieron al corriente a través del testimonio de los testigos oculares. Sin importar cómo se hubiesen enterado, la noticia del arrebato de Rocío se había esparcido como pólvora ardiendo entre los presentes.

A pesar de que la pareja ya no estaba en frente de ella, Matilde no lograba hacer que los sollozos disminuyeran. Sin importar cuántas veces lo enjugara, el flujo de lágrimas continuaba siendo abundante. Su cuerpo temblaba y la respiración se había convertido en una tarea dificultosa a causa de la congestión nasal. Sentía que la mejilla golpeada estaba en llamas, pero le ardía mucho más el corazón. La culpa y la vergüenza se habían adueñado de su ser. Aunque Jaime le dedicaba toda clase de palabras reconfortantes, al tiempo que la acurrucaba entre sus brazos, el llanto de ella no cesaba.

—Usted no está en condiciones de quedarse acá, necesita un lugar tranquilo para serenarse y descansar. ¿Quiere que la lleve a su casa?

La dama se negó con un movimiento de la cabeza. La idea de quedarse sola seguía poniéndola aún más nerviosa que la posibilidad de encarar a Rocío otra vez. Ni siquiera el hecho de saberse señalada por los dedos de los entrometidos le provocaba tanto pavor como la soledad de su habitación. Desde hacía mucho tiempo, su cerebro insistía en mostrarle pensamientos oscuros que despertaban demonios peligrosos, de esos que destruyen los buenos recuerdos e intensifican el sufrimiento hasta verlo convertido en muerte.

—Entonces, ¿qué le parece si vamos a mi casa? Ahí podemos esperar a Darren mientras vemos alguna película, comemos o simplemente charlamos.

—Llévame a los baños primero, por favor...

—Claro, es bueno que tome un poco de agua y se enjuague la cara.

Acto seguido, el muchacho tomó la silla de ruedas que había colocado al lado de uno de los asientos laterales de la fila para luego desplegarla. Con sumo cuidado, ayudó a Matilde a ponerse de pie y reacomodarse allí. Tras asegurarse de que no habían dejado nada olvidado, empezó a impulsar la silla. A medida que caminaba, el muchacho iba pensando en nuevas estrategias para levantar el ánimo de la señora.

Aunque era un tanto incómodo recibir tantas miradas no solicitadas, al chico no le preocupaban demasiado los cuchicheos de la gente. Si la señora Espeleta evitaba hablar de ese asunto, él también lo haría. Siempre había entendido cuán importante era respetar la vida privada de los demás. Deseaba que la señora se sincerara con él para poder ayudarla de verdad, pero no la obligaría a hacerlo.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora