Darren se encontraba sentado sobre la misma banca que había elegido la última vez. Había pasado primero a tomar una ducha con agua tibia en casa, pues necesitaba relajarse un poco. Además, quería borrar los rastros que el profuso llanto le había dejado estampados en todo el rostro. Sus párpados parecían dos uvas maduras y tenía los globos oculares enrojecidos. No deseaba presentarse ante Maia de esa manera. Aunque le desagradaba obligarse a disfrazar su verdadero estado de ánimo, no le quedaba otra opción. Para su buena suerte, doña Matilde no se encontraba en casa cuando él llegó. No hubo miradas inquisidoras ni preguntas incómodas por evadir. Se fue directo al cuarto de baño para sumergirse un rato en la bañera, con una generosa cantidad de burbujas y sales aromáticas acariciándole la piel.
El muchacho ahora exhibía una expresión facial serena. Se había puesto una colonia hecha con finas esencias herbales, pues adorada sentir el olor a bosque cerca de sí. Se había puesto una camiseta de tono vino, con cuello en uve y, encima de esta, lleva una chaqueta delgada de color café, abierta al frente. Abajo, traía unos pantalones beige de poliéster y un par de zapatillas blancas. Le había pedido a un empleado de un café cercano que le trajese los dos vasos de cartón con chocolate caliente al sitio. Faltaban apenas cinco minutos para que llegara la hora pactada. El joven Pellegrini no dejaba de mirar el reloj de pulsera en su mano izquierda. Decenas de resoplidos se le escapaban mientras sus piernas bamboleaban sin cesar. Cuando las manecillas por fin alcanzaron el punto deseado, la figura menuda de la chica se apareció a lo lejos.
Maia traía el cabello recogido en una coleta alta. Esta iba sujeta por dos palitos plásticos, de los cuales colgaban varias cintas delgadas de color violeta. Se había puesto un vestido negro con escote redondo y mangas cortas que le llegaba a la mitad del muslo. Por debajo de este, llevaba unos leggins negros de una tela similar a la mezclilla en cuanto a apariencia. El atuendo hacía juego con unos botines de tacón bajo del mismo tono. En su pálido rostro, la joven exhibía una capa de sombras oscuras que le cubrían por completo los párpados. Una tenue pizca de pintura rosa le daba brillo a sus labios delgados. Y, como de costumbre, llevaba el estuche de su amado instrumento musical reposando sobre la espalda.
A pesar de que el atuendo elegido por la muchacha era bastante holgado, el tipo de tela con que estaba fabricado tenía una bonita caída. Ese detalle resaltaba la gracilidad en la figura de ella. Aunque era bastante delgada y bajita, las medidas en su cuerpo eran proporcionadas. Cuando la vio, el corazón de Darren comenzó a latir como si fuera un conejo asustado en plena huida. Le parecía estar mirando a una hermosa muñeca de porcelana cuya cintura era idéntica a la del violín que tocaba. Tenía un modo de andar elegante, incluso cuando avanzaba a paso rápido. Conforme Maia se iba acercando al sitio, la respiración del chico se aceleraba. Las alteraciones en el organismo del joven tuvieron su momento culminante cuando un suave perfume de jazmines inundó sus fosas nasales.
—¡Hola! ¿Cómo estás? —dijo la chica, mientras se acomodaba junto a él en la banca de piedra.
Darren tragó saliva varias veces antes de aclararse la garganta. Estaba a punto de responderle el saludo, pero su mirada se cruzó con la de ella. Su mente se puso en blanco de inmediato, como si le hubiesen licuado las neuronas. De su boca solo pudo salir un extraño suspiro entrecortado. La muchacha arqueó una ceja y se quedó observándolo, con un leve atisbo de sonrisa decorándole la cara. Las mejillas del chico absorbieron los rojizos colores del atardecer en apenas unos cuantos segundos. Se obligó a desviar la mirada hacia el suelo, pues solo así podría tranquilizarse un poco.
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Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]
General FictionMaia toca el violín a la medianoche. Darren se despierta escuchándola. El amargo secreto que los une está a punto de revelarse. ¿Podrán soportar la verdad? ...