Sentimientos desbordados, revelaciones inesperadas

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Tras la partida de Matías, Darren tuvo que hacer un esfuerzo considerable para que su madre se calmara

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Tras la partida de Matías, Darren tuvo que hacer un esfuerzo considerable para que su madre se calmara. No fue sencillo convencerla de que el hombre no la estaba abandonando de nuevo. Ni siquiera el chico estaba tan seguro de que esa afirmación fuese verdadera, pues aún desconocía cuáles eran los planes del señor Escalante. No entendía por qué su padre no le había contado casi nada acerca de lo que pensaba hacer mientras se mantenía alejado. El muchacho odiaba quedarse sin hacer nada, pero no había más remedio que esperar.

¿Estaba Matías escondiéndoles algo? De ser así, ¿qué podría ser? ¿Acaso se encontraba envuelto en asuntos turbios? Darren deseaba estar equivocado. "Ese diario que le dejó a mamá, ¿revelará algo importante sobre su pasado?", se preguntaba él. Sin importar lo que fuera, el muchacho solo deseaba que su papá resolviera los problemas pendientes tan pronto como pudiera. Aunque aún no tenía razones de peso para confiar en aquel hombre, el joven quería darle una oportunidad de redimirse.

Cuando el chico volvió a salir de la habitación, la expresión apagada en su mirada y el porte desgarbado de su cuerpo denotaban auténtico agotamiento físico y mental. Sin embargo, se las agenció para obsequiarles una amplia sonrisa a las demás personas que todavía estaban esperando la oportunidad para ver a doña Matilde. Con total amabilidad, invitó a Jaime, Raquel y Rebeca a ingresar en la habitación. Una vez que ellos cerraron la puerta tras de sí, el varón se acercó a Maia para tomar asiento a su lado.

—Imagino que tu mamá no tiene ganas de verme todavía, ¿verdad? Al fin y al cabo, no soy más que una desconocida. Y en un momento tan delicado como este, es normal que solo quiera ver a la familia y a los amigos cercanos —declaró la joven, cabizbaja.

—¿Pero qué decís? ¡Nada que ver! ¡Mamá tiene muchas ganas de conocerte! —afirmó el varón, con una mueca de incredulidad.

—¿Ah sí? ¿Y por qué no me pediste que entrara junto con los otros chicos? —preguntó ella, en tono triste.

—Si no te invité a pasar ya es porque quise dejar a la mejor visitante para el final. Mi mamá concuerda conmigo en eso —dijo él, mientras le depositaba un suave beso en la frente.

El gesto sombrío en el semblante femenino se diluyó enseguida. Un atisbo de curvatura ascendente empezó a dibujarse en su rostro.

—¿Eso me lo decís en serio o lo hacés solo para subirme el ánimo? —inquirió ella, con una ceja arqueada.

—¡Es obvio que te lo digo en serio! ¡Sos la mejor! De eso no te quepa la menor duda nunca —contestó él, al tiempo que la rodeaba con los brazos.

Maia giró la cabeza para mirarlo directo a los ojos. Unos instantes de atenta contemplación silenciosa fueron suficientes para que las preocupaciones de los dos quedaran relegadas a un segundo plano. La chispa de la pasión comenzó a arder en las pupilas de ambos. Casi sin percatarse de ello, la distancia que había entre sus rostros fue reduciéndose de a poco hasta desaparecer del todo. Al saberse tan próximos, sus labios se atrajeron como si estuviesen imantados. No hubo vacilación en aquel impetuoso beso que estaba siendo guiado por el deseo.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora