Cómo sonreír

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Maia cerró la puerta tras de sí con un ímpetu inusitado

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Maia cerró la puerta tras de sí con un ímpetu inusitado. No podía evitar el creciente temblor en su cuerpo entero. ¡Había estado a punto de perder el preciado violín de su padre! Ni siquiera se sentía tan perturbada por el hecho de que pudo haber resultado herida o incluso muerta en el lugar del asalto. Si aquel instrumento le era arrebatado, su mismísima vida se iría junto con él. Así de inmensurable era el apego de su corazón hacia ese Stradivarius. Cada vez que posaba sus manos sobre la lisa madera del violín, en el alma recibía una etérea caricia amorosa proveniente de sus difuntos padres. Era lo único que le quedaba como recuerdo palpable de los cálidos y felices días de su infancia y una parte de su adolescencia. Jamás se separaría de ese amado compañero musical. Eso le resultaba impensable, casi una profanación a la memoria de doña Julia y de don Mateo. ¿Con qué cara se presentaría ante la tumba de su madre si no traía consigo el legado familiar? Las melodías que emanaban de aquel instrumento proyectaban todo el afecto que había sentido el señor López por su mujer y por su niña, así como también el gran amor de esta última hacia sus cariñosos progenitores. Maia rompió a llorar de solo recordar lo cerca que había estado de sufrir una terrible tragedia.

—¡Todo esto me pasó porque no podía ver nada! ¡Maldición! ¿Qué voy a hacer si esta estúpida ceguera vuelve a aparecerse así? El chico que me ayudó no va a estar ahí de nuevo... Será mejor si doy un tiempo sin regresar al cementerio, al menos no durante la noche... Mamá sabrá entenderme, lo sé —murmuraba ella, tratando de calmar su respiración agitada.

♪ ♫ ♩ ♬

A unas pocas cuadras del apartamento de Maia, Jaime y Darren sostenían una animada conversación acerca de todo lo acontecido durante aquella extraña velada. Los rostros de ambos destilaban entusiasmo y sorpresa a partes iguales.

—Apenas miré al tipo, me hirvió la sangre. No sabés la bronca enorme que me dio cuando vi a la pobre mina pegando manotazos como loca para que el tarado ese no le robara su violín. Ella, si acaso, le llegaba a la altura del pecho... ¡Se veía tan indefensa!

—¿Tan alto era el flaco? Menos mal que también tenés una buena estatura. Si no, el que recibió la trompada hubieras sido vos.

—Ni pensé en eso cuando lo vi. Es que la escena me recordó demasiado al día en que le robaron la cartera a mi vieja. Yo era apenas un nene de catorce años, debilucho. No pude hacer nada por ella ese día. Cuando el asaltante se fue, corrí a abrazarla. ¡Estaba deshecha, literalmente temblaba de miedo! Me impactó mucho verla así justo a ella, tan fuerte y segura que había sido siempre ante mis ojos. Desde ese día, me prometí dejar de ser débil. Quería convertirme en alguien que pudiera cuidar y ayudar a otros. ¡Y hoy por fin pude usar lo que he estado aprendiendo durante todo este tiempo!

—¿Ah sí? Eso no me lo esperaba. ¿Practicás artes marciales o alguna otra cosa parecida?

—Desde hace ya bastante que estoy metido en torneos de kick boxing. Pensé que nunca iba a usar las técnicas en una situación de la vida real, pero ya lo ves. ¡Esos entrenamientos tan duros no fueron en vano!

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora