Cuando se tropezaron por primera vez.
Nueva York se tiñe de rojo, azul y verde. La navidad llega en el momento indicado, como lo que es: la mejor época del año. El tiempo de los regalos, la familia, la unidad y el amor ha llegado, las personas no pueden ocultar su alegría, y eso hace que una Anggele Stevenson de veintiún años esté al borde del colapso por su cierre de semestre.
«¿Por qué tuve que elegir ser editora? ¡¿Por qué?!», pensó la rubia mientras escribía su informe en su laptop. La concentración no estaba de su lado ese día, pues estar en un Starbucks en plena época de fiestas era una tortura.
Niños corriendo y llorando, mamás locas corriendo detrás de sus hijos que lloraban, gente comprando regalos con anticipación, la nieve, el frío... En fin, era una tortura.
Bufó y siguió describiendo la portada que había diseñado para una historia, en su clase del día anterior le encomendaron la tarea de crear una portada digna de una historia de amor. «Amor. Como si alguien comiera con amor», se ríe de sus propios pensamientos.
La rubia de grandes ojos azul aguamarina no era muy fan del amor, no luego de ver muy de cerca lo que hacen las ilusiones falsas y los caprichos de un enamoramiento. ¿Qué se gana después de eso? Un corazón roto y mil promesas rotas.
Pero, eso era una tarea importante para su cierre de semestre, y no estaba dispuesta a perder por eso.
Por otra parte, a unas cuantas cuadras de ese lugar, un contento y eufórico Demián Whittemore caminaba junto a su mejor amigo en busca de un sitio tranquilo en dónde pudieran conversar.
—Bueno, digamos que las cosas van bien y el hecho de que dentro de una semana sea nuestra graduación lo hace mejor —le había dicho el castaño al pelinegro que estaba igual de emocionado que él, solo que este sabía disimularlo muy bien—. ¿Qué dice tu familia?
—Mamá está orgullosa —murmuró el pelinegro, quien había estado un poco distraído luego de volver de las vacaciones de verano, en las que pasó casi dos semanas con la familia de su mejor amigo. Y eso que fue hace más de tres meses—. Papá... Bueno, hasta no tener el título universitario en sus manos no estará feliz.
—Y con justa razón, McCain —secundó Demián, observando los ojos grises de su amigo—. Te estás comportando como un auténtico imbécil, y lo entiendo.
—No me vengas tú también con los mismos sermones, Demián, por favor —le pidió el corredor de Fórmula 1, que, para tener veintiún años, ya era toda una estrella en el mundo.
—Por supuesto, cuando te mueras ya no tendrás que escucharlos más, Sebastián.
El pelinegro bufó, pero le siguió el paso a su acompañante.
—Casi está listo el contrato para la abrir la empresa —murmuró Demián, sonriendo.
—Eso me dijo papá —hizo saber el pelinegro mientras cruzaban la esquina—. ¿Crees que sea buena idea?
—¿Bromeas? —se ríe el castaño—. No estudiamos Administración y Desarrollo Empresarial por nada, ¿verdad?
—Sí tú lo dices —dijo, sonriendo de costado.
—Es obvio que yo lo digo —ambos se ríen.
Demián por sentirse el hombre más astuto del mundo al crear el imperio que compartiría con su mejor amigo mucho antes de graduarse, y Sebastián; bueno, él se reía por la arrogancia de quién es prácticamente su hermano.
—¿Un café? —le cuestiona el castaño a su amigo.
—Claro.
Demián se acerca a la puerta para empujarla, solo que no se percató que alguien quería abrirla desde adentro. Al salir cierta rubia del establecimiento, el castaño se tropieza con ella. Un grito queda atrapado en la garganta de la chica cuando siente que está apunto de tocar el suelo, pero esto nunca pasa, pues unos fuertes y musculosos brazos rodean su cintura.
Ella cerró los ojos con fuerza y aferró su laptop contra su pecho, quedándose estática. Mientras tanto, Demián se cerciora de estar lo suficientemente estable como para disculparse por semejante escena, sin embargo, toda palabra que estaba por salir de su boca, fue cortada cuando vio el bonito rostro de la rubia entre sus brazos.
Sus ojos se encontraron y un estremecimiento los abordó a ambos. Anggele se dedicó a mirarlo por unos largos segundos, los cuales contó en su mente mientras detallaba su rostro. Era tan varonil, con unas facciones definidas y duras, con una ligera barba de un par de días, con unos ojos marrones rodeados de una cantidad considerable de pestañas castañas en conjunto con el color de su cabello.
Es perfecto.
Y Demián no se quedó atrás, pues admiró cada uno de los lindos y delicados detalles de su cara. Tenía una nariz recta y respingosa, unos labios rosados, delgados y bien definidos, pestañas largas y rubias, al igual que sus perfectas cejas y su cabello rubio, casi castaño.
Es perfecta.
Ambos pensaron en lo mismo, pues los dos estaban convencidos de que la persona que estaba frente a ellos era la más hermosa del mundo.
Y, mientras Demián elaboraba una disculpa decente para la chica, Anggele ya estaba saliendo de su agarre al tiempo que frunció el ceño y retrocedía.
—¿Es que acaso estás ciego o qué? —exclamó ella, totalmente enojada.
Sí, el sujeto era guapo y sexy... «Muy guapo y muy sexy», pensó, pero eso no le quitaba importancia al hecho de que casi se cae por su culpa.
—Lo lamento, de verdad —se disculpó él, llevándose una mano al pecho y luciendo realmente arrepentido.
Estaba contrariado y sorprendido ante la repentina molestia de esa preciosa mujer.
—¿Sí? Pues para la próxima, procura mirar por dónde vas, idiota —espetó ella, bufando y acomodándose el bolso en su hombro.
—Lo siento —frunció el ceño—. En serio no te vi, no quise tropezar contigo.
—Espero que no tropieces con otra persona tampoco —gruñó ella, intentando esquivarlo, pero él la tomó del brazo y la detuvo. La rubia, ya irritada por toda la situación, suspiró y se giró para verlo—. ¿Qué quieres?
—Veo que estás muy molesta, y en serio quisiera saber si hay algo que pueda hacer por ti —dijo él, en un tono tan suave y persuasivo que por poco y la derrite ahí mismo.
Demián tenía ese poder en las mujeres, y él lo sabía, así que decidió usarlo con ella. Sonrió de esa manera tan suya que ponía a todas las chicas a sus pies, pero, al parecer, esta mujer era inmune a sus encantos.
—Sí, hay algo que puedes hacer —ella sonrió, y él intensificó su sonrisa—. Sal de mi vista y piérdete.
Él dejó de sonreír de inmediato, y quedó descolocado cuando ella se soltó de su agarre y comenzó a caminar por la acera, muy lejos de él.
Y, mientras se decía internamente; «Espero volver a verla de nuevo», ella gritaba mentalmente: «¡Espero no verlo nunca más!»
Pero, como todo el mundo sabe, el destino y la vida son tan raros que hacen lo que quieren. Es por eso que se volverían a encontrar, porque así lo que quería la vida, porque así lo quería el destino.
Solo porque sí.
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Solo porque sí (Saga D.W. 3)
Любовные романыAnggele y Demián. Demián y Anggele. Del mismo modo y en sentido contrario. Separados son un caos; juntos, una catástrofe. Son el uno para el otro. Están hechos para complementarse mutuamente. Pero, ¿lograrán darse cuenta a tiempo? Ninguno quiso que...