55. Sí, acepto.

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29 años | Anggele

Julio

El corazón me latía en las orejas, mi respiración era un desastre y tenía ganas de vomitar. Pero no, no iba a vomitar, se supone que hoy es el día más importante de mi vida. Debía calmarme y controlar mis nervios, de lo contrario, estropearía todo y no estaba dispuesta a hacer eso.

Me estaba ahogando y no sabía qué hacer.

—¿Te arrepientes? —cuestionó Aiby con los ojos bien abiertos.

—¿Qué? Puf, no —negué y reí de manera temblorosa—. Solo estoy nerviosa... ¿Y si me caigo cuando vaya caminando hacia el altar?

¡Ja! Sí, sobretodo —se ríe también, acomodando su vestido verde. Se veía hermosa, pero trasnochada. Carraspea y se lleva una mano a la boca—. Creo que voy a vomitar otra vez.

Se da media vuelta y corre hacia el baño, cerrando la puerta de un portazo. Suelto una risita y me miró otra vez en el espejo. Suspiré, incapaz de creer que yo, Anggele Stevenson, estoy a punto de casarme con el amor de mi vida.

¿Qué tan raro era eso? Tan solo replantearlo me parecía extraño. Jamás en la pisa pensé hablar de matrimonio... ¿A quién quiero engañar? Nunca creí estar en una relación formal. Siempre pensé que sería la tía millonaria que malcriaría a los hijos de mis amigas. Ahora estoy aquí, a un segundo de dar el sí que cambiaría mi vida para siempre.

Repaso el vestido de arriba abajo una última vez. No era tan ostentoso, mucho menos llamativo, pero sí que era hermoso. Con unas mangas caídas por los hombros y no llegaba al suelo, por lo que no me preocupa a caerme en realidad. Los tacones no eran tan altos y eso me facilitaba el movimiento. El maquillaje también era lo más natural de lo que esperaba y me encantaba. Mi cabello semi recogido, dejando caer suaves hondas por mis hombros.

Me veía preciosa, de verdad que sí.

Debía agradecerle a Aiby y a todo su equipo que, sin duda, ella no tardó en ofrecerme. La rubia se había encargado de casi todo lo relacionado con la boda, dejándome a mí solo la toma de decisiones.

Un leve toque en la puerta me sobresalta.

—Ya casi es hora, Anggele —escucho la voz de Sebastián al otro lado—. Date prisa.

—¡Ya estoy lista! —exclamo y me apresuro a abrirle la puerta.

Sus cejas se elevan ante la sorpresa que le da verme así, me rio, sin embargo, no lo tomo a mal.

—¿Cómo me veo? —doy un pequeño giro y me arrepiento, porque me mareé.

—Te ves muy linda —aseguró, asintiendo con esa expresión de suficiencia—, ni comparación con lo que eres a diario.

—Deja de ser tan despreciable —lo golpeo con el ramo de rosas blancas, porque él siempre tiene que ser así—. Pero en serio, ¿crees que a Demián le guste?

—¿Bromeas? Te amará aún y si llevas una bolsa negra, rubia —me dijo, y la sonrisa que me regaló, me llenó de ternura—. Está ansioso por verte, estoy seguro que le encantará, ya verás.

Hice un puchero con mis labios y mis ojos se llenaron de lágrimas.

—Es lo más lindo que me has dicho jamás —susurré con la voz ahogada por la emoción, me acerqué con rapidez y lo abracé con fuerza.

Mi gesto lo tomó por sorpresa, pero me devolvió el gesto con cariño.

—En el fondo me agradas —admitió cuando me alejé.

—¿De verdad? —fingí estar ilusionada.

Muy en el fondo —aclaró, solté una carcajada—. ¿Y Aibyleen?

Solo porque sí (Saga D.W. 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora