21 años | Anggele.
Nueva York, Estados Unidos.
Me remuevo inquieta en mi lugar mientras espero a que digan mi nombre, subo un escalón más cuando un compañero se adelanta y así sucesivamente. Me muerdo el labio, sonrío cada vez que el encargado de las fotografías pasa por mi lado y me deja ciega con el flash de su cámara profesional.
—Anggele Stevenson —me llaman y, con una sonrisa, me aproximo a recibir mi título de diseño gráfico. Me acerco al decano de mi carrera, quien me entrega mi diploma y estrecha mi mano—. Felicidades, señorita Stevenson. Buen trabajo.
—Gracias, señor —vuelvo a sonreír y bajo del enorme escenario sintiéndome la persona más feliz del planeta.
Doy saltitos de emoción mientras me quito la toga sin importarme un carajo, salgo corriendo hacia donde se encuentra mi madre y tiro de su mano para arrastrarla fuera del auditorio.
—¡Calma, Angge, calma! —exclama ella.
—¡No quiero volver a pisar ese lugar jamás! —grito, me detengo y le entrego el diploma a mamá—. Lo logré, mamita, lo logré.
—Oh, mi niña bella —acarició mi mejilla con su mano libre y besó mi frente—. Estoy tan orgullosa de ti.
La abracé con fuerza, porque todo se lo debía a ella. De no ser por su fuerza, por su manera de enfrentar la vida como una guerrera, no estaría a aquí, no sería quien soy ahora.
—Gracias, mamá —susurré en su oído—. Gracias por todo.
—Oh, cariño —acarició mi espalda—. Eres mi mejor regalo.
Besó mi mejilla y tomó mi mano.
—Vamos, es hora de celebrar.
Y eso hicimos. Almorzamos y luego fuimos al cine. Miranda Stevenson era una mujer reservado que tenía una rara concepción de la palabra celebración, pues a ella le gustaban las cosas con bajo perfil. Por eso, en este momento estábamos sentadas en un restaurante costoso esperando nuestra cena.
El día se había pasado volando y quería seguir aprovechando de mi tiempo con esta mujer antes de que volviera a Australia.
—Me alegra saber que ya tienes donde trabajar —dice ella, sonriendo.
—Creo que le agradé a la jefa, ya sabes, es el mismo lugar en donde hice las pasantías —le recordé, ella asintió—. La paga es buena. Es mi primer trabajo, no puedo quejarme.
—Créeme, cariño —apretó mi mano por encima de la mesa—, cuando vean lo buena que eres, más editoriales querrán contratarte.
—Eso espero —tomé aire y froté mis manos, algo nerviosa—. Por ahora, creo que estaré bien ahí.
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Solo porque sí (Saga D.W. 3)
RomanceAnggele y Demián. Demián y Anggele. Del mismo modo y en sentido contrario. Separados son un caos; juntos, una catástrofe. Son el uno para el otro. Están hechos para complementarse mutuamente. Pero, ¿lograrán darse cuenta a tiempo? Ninguno quiso que...