19. Sentimientos nocturnos.

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27 años | Demián

Mayo

Mi corazón late enfurecido dentro de mi pecho, mentiría si dijera que no tengo un nudo en la garganta, la piel de gallina y todos los recuerdos haciendo una película en mi cabeza. No entiendo en que momento entré a la habitación y el teléfono empezó a sonar, tampoco sé de donde saqué las fuerzas para contestar esta llamada.

—¿Angge? —pregunto en un susurro, no reconozco el sonido de mi propia voz, pero si logro escuchar la respiración agitada de la rubia al otro lado de la línea.

—Demián... —y su suspiro despierta partes de mi alma que creí muertas.

En mi garganta se atoran tantas cosas que quiero decirle, tanto que quiero recriminarle, tanto que quiero que sepa... Y no puedo. El silencio de la línea se rompe debido a un sollozo que me destroza el alma por completo.

—¿Anggele? —pregunto de nuevo, asustado hasta un punto poco creíble—. ¿Angge, estás bien?

—No lo sé —susurra sin dejar de llorar.

—¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué estás así?

—Estoy asustada —admite y la voz se le quiebra dos veces.

—¿Por qué? —espero.

Porque me duele el corazón —y su respuesta solo hace que me sienta peor—. Soy una tonta...

—¿Dónde estás? —ignoro sus últimas palabras.

Siento que mis preguntas son estúpidas, hace tres años que no sé nada de su vida. No sé dónde vive, no sé si trabaja en el mismo sitio. No sé nada de ella.

—¿Estás en casa? —vuelvo a preguntar.

—Sí, estoy en la sala —respira profundo y su voz se oye más clara—. Tuve una cita hoy...

—¿En serio? —trato de ignorar el pinchazo de celos que me atraviesa—. Yo tuve una cita hoy también.

Vamos, Demián, no seas imbécil.

—Apuesto a qué te fue mejor que a mí —se lamenta en voz baja.

—Lo dudo, ella era lesbiana —espero su risa o un comentario filoso, pero no hay nada, solo una respiración forzada y silencio—. ¿Y a ti? ¿Qué tal te fue?

—Fue horrible —confiesa—. Él...

Me tenso de golpe, mil imágenes horribles vienen a mi cabeza y me niego a pensar lo peor.

—Anggele, dime qué él no...

Intentó tocarme —solloza y yo pierdo el hilo coherente de mis pensamientos.

Me siento en la cama sin dar crédito a lo que estoy escuchando, sin poder creer que esto de verdad está pasando.

—¿Estás bien? —cuestiono como idiota—. ¿Te hizo daño? ¿Él...?

—No —responde de inmediato—. Creo que se llevó la parte fea, le rompí la nariz y ahora me duele la mano.

Suspiro aliviado, esa clase sensación de tranquilidad cuando sientes que todo está bajo control de nuevo me invade.

—¿Un derechazo? —intento quitarle hierro al asunto.

—Mi mano se está poniendo morada —se ríe y se calla de golpe.

—¿Estás ebria? —suavizo mi voz.

—Un poquito —vuelve a reírse.

—Vale, ya veo —sonrío de manera inconsciente—. ¿En dónde te encuentras ahora?

Solo porque sí (Saga D.W. 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora