41. ¿El amor no existe?

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28 años | Anggele

Noviembre

Moscú, Rusia.


El frío me está matando, pero me contengo de gritar una grosería al aire. Los rusos no tienen la culpa de mi poca tolerancia al frío, la nieve por montones y el viento helado. Es por eso que parezco un pequeño bollito con mi enorme abrigo de peluche, ese que le robé a Aiby hace como un mes atrás.

—Hemos llegado, señorita —dice el chófer del taxi.

Mi boca cae abierta cuando veo la inmensidad de casa en dónde el auto se estacionó. La fachada era de color blanco y tenía estructura de madera y vidrio. Tragué en seco, incapaz de creer que la persona con la que he hablado todo este tiempo por videoconferencia, tenga esta casota.

—Gracias —le pagué al señor del taxi y me bajé del auto.

Me abracé con mi misma cuando la brisa logró tambalearme, me estremecí y caminé con rapidez hacia la casa. Subí los escalones del porche y toqué el timbre una sola vez. Tenía frío, sí, pero no quería parecer una loca desesperada.

La puerta se abre, pero cuando espero a la mujer a quien vengo a ver, aparece un hombre. Rubio, ojos verdes, alto, musculoso. Creo que me dio calor. Carraspeo cuando lo veo acomodarse el saco.

—¿Te puedo ayudar en algo? —cuestiona con un inglés bastante marcado. Percibo que no es inglés como el que yo hablo, este hombre es de Inglaterra.

«Habla ya, pareces una loca», me susurra mi subconsciente.

—Hola, sí, emh... —me aclaro la garganta otra vez—. Yo... Vengo a ver a Pilar...

—¡Ah! Ya llegaste —exclamas una voz femenina al fondo.

El tipo abre un poco la puerta y a lo lejos, veo a una mujer caminar hacia nosotros. Tan solo recuerdo la foto que yo misma coloqué en la solapa del libro y debo confesar que esta mujer es más hermosa en persona.

—Que alegría conocerte en persona por fin —me sonríe cuando esquiva al hombre junto a la puerta, que tan solo se mantiene al margen con el ceño levemente fruncido.

—El gusto es mío —estrecho su mano, ella le da un fuerte apretón a la mía que me deja los dedos resentidos—. Ya sabes que lo de la nueva política de la compañía...

—Cara a cara se entiende mejor, sí —dice, haciéndome reír—. Excelente propuesta, de hecho. Pasa, hace frío y tú sigues afuera, ven.

—Gracias —le sonrío y entro, dándome cuenta que la casa es aún más grande y lujosa por dentro.

—Él es Alec, por cierto —señala al hombre que me recibió.

—Alec Russell —asiente, serio.

—Anggele Stevenson, es un placer —murmuro con timidez, porque este tipo da miedo.

Es guapo, pero también intimidante.

—Tenemos una reunión a las dos, Leona, recuérdalo —musita hacia la mujer a mi lado.

—Lo sé, tenemos tiempo. No te sulfures, relájate —le responde ella, ocultando una sonrisa—. Hablaré con Anggele primero.

—Si me necesitas...

—Ya sé, ya sé —farfulla, Alec, dándole una última mirada, se retira. Puedo sentir la tensión en el aire entre los dos y se me eriza la piel—. Bueno, ¿vienes? Acá en el salón estaremos más cómodas.

Solo porque sí (Saga D.W. 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora