26 años | Anggele
Diciembre
El invierno volvió a Nueva York y con él la nieve blanca y abundante, pero el frío estaba algo loco este año. Apenas y dejaba salir a las personas de sus casas, las temperaturas estaban bajo cero, las citas en las noches eran algo imposible y las compras navideñas una odisea. La única manera de salir de casa era tener algo súper importante que hacer que ameritara correr el riesgo de morir congelado. Las clases en las escuelas y universidades fueron pospuestas hasta nuevo aviso debido a las fuertes nevadas.
Pero, por supuesto, a mi apuesto jefe eso no le importaba, a él solo le interesa el dinero y el montón de libros que saldrán en físico antes de terminar el año y que ya están en lista de espera en muchas librerías del país y del mundo.
—¿Ya está listo el boceto de la nueva historia de Hanna? —cuestiona mi jefe, pero yo finjo no oírlo—. ¡Stevenson!
—¿Sí, jefe? —lo miro con fingida amabilidad.
—Sé que me quieres mandar al carajo, pero colabora conmigo, ¿está bien? —se ríe—. ¿Y el boceto?
—Ya está listo, voy a imprimir la muestra en este instante —envió el archivo a imprimir y me levanto—. ¿Algo más?
—Nada, solo haz eso y puedes irte a casa —murmura y mira el reloj en su muñeca—. Son casi las cuatro y está nevando mucho.
—Gracias —le sonrío y salgo de la oficina con él pisándome los talones.
Saludo a ¿Jules? No recuerdo muy bien su nombre, pero es la nueva secretaria del jefe desde que el imbécil de Ángelo se largó, cosa que agradezco de verdad.
Entro al cuarto de impresiones, en dónde hay un montón de máquinas de las cuales solo se usar dos y una de ellas las voy a utilizar ahora. Enciendo la impresora, arreglo los colores y los márgenes antes de imprimir. Subo la tapa y entonces el teléfono suena.
—¿Hola? —apoyo el aparato entre mi oreja y mi hombro, esperando a quien quiera que sea que me haya llamado, hable—. ¿Hola? ¿Aló? Estoy esperando... —digo, pero nada, solo escucho una respiración agitada al otro lado—. ¿Hay alguien? ¿Nadie? —nada—. Voy a colgar si no...
—¿Angge? —escucho y todo mi cuerpo se pone rígido, el piso se abre bajo mis pies y siento como la Tierra me succiona—. Hola, nena...
—¿Cómo carajos conseguiste mi número? —siseo con los dientes apretados.
—Angge, hija... —susurra y la rabia emerge de un lugar escondido en mi interior.
—Jamás en tu puta vida me vuelvas a llamar así —gruñó, apretando los dientes y con los ojos llenos de lágrimas—. Borra mi número, olvídate de mí como lo has hecho en los últimos veinte años, piérdete de la fas de la Tierra y no me vuelvas a llamar, maldito infeliz.
Cuelgo y cierro la tapa de la impresora con más fuerza de la necesaria y sí, mi pobre mano izquierda sufre las consecuencias. Suelto un chillido de dolor cuando mi muñeca protesta, siento como el brazo entero empieza a dolerme en menos de un segundo.
—¡Mierda! —gruño, guardando mi teléfono en el pantalón y acunando mi mano contra mi pecho—. Dios...
—¿Anggele? ¿Qué pasó? —entra Jules con rapidez, inspeccionando mi estado físico—. ¿Qué te pasó?
—Creo que me rompí la mano, la muñeca, no sé... —cierro los ojos y trato de controlar las lágrimas de dolor e impotencia.
Me llamó. ¡¿Por qué mierda me llamó?!
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Solo porque sí (Saga D.W. 3)
RomanceAnggele y Demián. Demián y Anggele. Del mismo modo y en sentido contrario. Separados son un caos; juntos, una catástrofe. Son el uno para el otro. Están hechos para complementarse mutuamente. Pero, ¿lograrán darse cuenta a tiempo? Ninguno quiso que...