4. Salidas improvisadas y placenteras.

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23 años | Demián.

Febrero

Conduzco sin prisa por la avenida antes de estacionarme frente a la editorial, observo el reloj en mi muñeca y veo que son las seis con veinticinco minutos, la rubia debe estar por salir en unos minutos. Enciendo la calefacción cuando empecé a congelarme. El invierno apenas y estaba dejando Nueva York, por lo que usualmente a estas horas hace frío.

—Deberías cerrar la puerta con seguro —me sobresalto cuando la puerta se abre y la rubia sube al auto sin saludar siquiera—. Cualquiera puede abrirla y robarte tu preciosa camioneta, Whittemore.

Sonrío al ver cómo se apropia del reducido espacio en menos de un segundo, deja su bolso sobre la guantera, y me observa abriendo mucho los ojos.

—¿Y bien? —arquea una ceja—. ¿Nos vamos a quedar aquí toda la noche o qué?

—¿Te han dicho que eres bastante mandona? —cuestiono, sin poder contener la sonrisa.

—¿Ya lo notaste? Es parte de mi personalidad —sonríe con sarcasmo.

—Okey, si seguimos así, terminaremos antes de empezar —bloqueo las puertas y enciendo el auto— No voy a correr el riesgo.

—¿Y quién dijo que estamos empezando algo? —ladea la cabeza y se pone el cinturón de seguridad—. Para terminar, debemos ser algo, y no lo somos.

—Pero lo seremos —garantizo con una sonrisa arrogante que la hace rodar los ojos.

Vamos, jamás en la vida me había sentido así por una mujer, debo tener fe, ¿no?

—En fin —suspira—, ¿a dónde iremos?

—Pues...

—Si me vas a llevar a un restaurante costoso, mejor no hagas nada —responde ella misma sin darme tiempo para decir algo.

—¿No te gustan esos restaurantes? —la miro de reojo unos segundos, está jugando con un mechón de su pelo rubio que está algo más largo que la última vez que la vi.

—La única manera que vaya a esos sitios es que venga mi madre de visita, y no por gusto, créeme —siento sus ojos fijos en mí—. ¿Sabes lo que llena tres centímetros de carne? Exacto, nada —vuelve a responderse a sí misma—. Me gusta estar satisfecha, Demián Whittemore, anótalo para futuras ocasiones.

Sonrío automáticamente ante sus palabras y le digo—: ¿Futuras ocasiones?

—Hipotéticamente —me sonríe de vuelta, mordiéndose el labio inferior y con las mejillas sonrosadas.

«Concéntrate en la carretera, Whittemore», sacudo la cabeza y mantengo la vista fija en el camino.

—Entonces, ¿a dónde? —le pregunto.

—A KFC —murmura.

Y, como no me sorprende su respuesta, no digo nada. Busco en el GPS la dirección del KFC más cercano y marco la ruta. En el transcurso Anggele no dice casi nada, pero se mantiene bostezando. Tiene sueño o hambre. Me parece que son las dos.

—¿Qué tal te va en el trabajo? —indago, intentando entablar una conversación normal.

—Bien, la paga es buena, el ambiente laboral es bastante agradable, mis jefes me aman, soy la sensación del momento —dice con orgullo, acomodándose a modo que está recostada de perfil—. Me gusta. Creí que sería difícil adaptarme a esta nueva rutina, normalmente odio que me den órdenes, pero ahora detesto no tener nada que hacer, ¿entiendes? —me detengo en un semáforo y me permito ver el brillo de ilusión que baña su mirada, pero el hechizo se pierde cuando se ríe—. ¿Qué vas a saber tú? ¡Eres el jefe! Tú eres el que manda.

Solo porque sí (Saga D.W. 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora