42. El amor sí existe.

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28 años | Anggele

Noviembre

La mañana siguiente fue más de lo mismo, me desperté sin ánimos de nada, estuve tentada a llamar a mi jefe y decirle que él mismo viniera a hacerse cargo de su trabajo, pero me detuve. Este trabajo era todo lo que quise alguna vez, no iba a dejarlo botado. Además, debía ser responsable y profesional.

Es más, Pilar me había llamado para que fuera a su casa a hablar sobre un tema de la portada, la información que llevaría y cosas así. Acepté, porque debía no porque quisiera.

Un café amargo fue mi desayuno, una lloradita en la ducha fue suficiente para que mis ojos se quedasen secos. Me vestí lo más abrigada posible y no me esforcé por ocultar los estragos de mi mala noche, tenía unas ojeras del tamaño de Rusia.

Salí de la habitación con un humor de perros que todo el mundo notaba, la gente que estaba en el ascensor se alejó unos pasos de mí por culpa de la tensión que irradiaba mi cuerpo. Los miré mal a todos, porque sí yo estaba de mal humor, todos debían saberlo.

Ni siquiera le dije buenos días al conserje, solo lo esquivé y salí del hotel gruñendo entre dientes y en voz baja, abrazándome a mí misma, maldiciendo el frío de este puto país.

Bajo las interminables escaleras con cuidado, pero cuando levanto la mirada, retrocedo por inercia, solo porque me sorprendo tanto que el corazón se me paraliza en el pecho y todo mi mundo se tambalea bajo mis pies.

Lo miré fijamente, como si no lo hubiese mirado jamás. Verlo ahí, delante de mí, igual que siempre, solo enloqueció mi corazón. Iba abrigado, y no lo culpaba, yo también me estaba muriendo del frío.

—¿Te perdiste? —cuestioné, metiendo mis manos en los bolsillos de mi chaqueta.

—Sí, creo que me equivoqué de avión —asiente, mordí una sonrisa.

Me sentía nerviosa, ansiosa, emocionada, furiosa... En fin, era un cóctel de sensaciones.

—Estás tocando fondo, Whittemore —murmuro—. Fíjate que, la aerolínea que te patrocina es horrible.

—Sí, debería cambiarla —eleva la comisura izquierda de su boca, pero no sonríe.

Miré el cielo unos segundos, sintiendo un nudo en la garganta.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, ansiosa. Él se encogió de hombros, como si fuese obvio—. ¿A qué has venido aquí, Demián? —me mordí la lengua, apretando mis puños en los bolsillos—. ¿Es que acaso no es lo mismo siempre? Es muy cansado, ¿sabes?

—Sí, lo sé —dio un paso hacia mí, subí un escalón para imponer distancia. Tenerlo cerca no me dejaba pensar con la cabeza fría—. Estoy cansado. Harto. Ya no soporto esta situación —dijo y mi corazón se detuvo—. Estoy tan cansado de estar lejos de la mujer que amo que he decido ponerle fin a esto.

Mis ojos se llenaron de lágrimas apenas lo dijo, y supe de inmediato que mi madre tenía razón, había llegado el momento de que me rompieran el corazón.

—¿A qué has venido, entonces? —susurré.

Él da otro paso y yo subo otro escalón.

—No te voy a prometer la Luna, Anggele —dijo. Remojó sus labios y suspiró, nervioso—. No tengo un anillo costoso para proponerte matrimonio. No te prometo un romance rosa, porque es obvio que no somos convencionales. No vine a decirte que haré lo que imposible por retenerte a mi lado, pues no es justo ponerte una soga al cuello. No me pondré de rodillas porque no es mi estilo. No garantizo que no pelearemos. Créeme, rubia, somos volubles —me mordí el labio para que dejara de temblar. Dio otro para y subió un escalón, quedando unos centímetros debajo de mí, pero no tuve fuerzas para alejarme—. Vine aquí porque te amo. Te amo, Anggele Stevenson. Y, estoy seguro que jamás amaré a otra persona como te amo a ti. Y sé que me amas, lo sé. Aunque te duela admitirlo, aunque no te guste decirlo. Me amas, y te amo. Te amo —a estas alturas, ya era un mar de lágrimas andante—. Me cansé de darte espacio. Suena loco y hasta obsesivo, ¿y qué? Quiero acosarte, quiero llamarte todo el día y fastidiarte todo el tiempo. Te quiero conmigo. Te necesito conmigo. Y me importa una mierda si estás asustada, porque ya me cansé de estarlo también. Te amo, y voy a decirlo hasta cansarme —cuando vi el brillo de las lágrimas en sus ojos marrones, supe que ya estaba frita. No hay vuelta atrás después de esto—. No hay manera que me vaya a Nueva York sin ti.

Solo porque sí (Saga D.W. 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora