24. Una sorpresa inesperada.

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27 años | Demián

Julio

Termino de firmar los papeles de los próximos pedidos, reviso uno que otro contrato y evito a toda costa dejar trabajo acumulado para el fin de semana.

—Hablé con Santiago Stone hace una semana, dijo que estaba interesado en aliarse con nosotros para exportar sus productos y los nuestros, solo que está ocupando con un asunto personal y aún no tiene tiempo —comunica Sebastián, revisando una propuesta de otra empresa que nos llegó ayer por la tarde—. Es una buena opción, ese sujeto tiene más dinero que el propio presidente, me gustaría dejarlo en veremos también.

—¿Te parece? —cuestiono en su dirección, sus ojos grises se desvían de los papeles para posarse sobre los míos.

—Por supuesto que sí, nos haría crecer muchísimo. Además, es una puerta que está entreabierta, no dejemos pasar esa oportunidad —dice.

—Perfecto, entonces —apilo los papeles en una esquina del escritorio, sabiendo que Mariana vendrá por ellos—, ¿qué harás el fin de semana?

—Me iré a Italia, voy a patrocinar a un nuevo chico —murmura—. Franco Pietro, es un idiota en toda la regla, pero el condenado sabe correr.

—¿Irás solo? —se encoge de hombros—. ¿Alguna conquista?

—Yo no lo llamaría así, es solo algo casual y estoy pensando mucho en si llevarla a Italia o no —frunce el entrecejo—. No, no estoy listo para eso.

—Eres un idiota —se ríe y se levanta—. ¿Conseguiste lo que te pedí?

—Oh, cierto, casi lo olvido —del interior de su saco extrae un pequeño sobre blanco y me lo da—. El vuelo es a las siete, primera clase.

—Te lo agradezco, no he tenido tiempo para nada.

—No hay problema, sabes que estoy aquí para lo que necesites —me sonríe—. Bueno, nos vemos el miércoles, hermano.

—Adiós.

Sale de la oficina no sin antes enseñarme el dedo medio, se ríe y se va. Observo los boletos de avión, sabiendo que esta es la mejor idea que he tenido en mucho tiempo.

[...]

Observo el reloj en mi muñeca, son las cuatro y diez, todo el mundo abandona el edificio menos la rubia que me roba el sueño. Espero pacientemente, sabiendo que ella hace lo quiere y cuando quiere.

Cuando estoy por llamarla la veo salir, empuja la puerta de cristal y frunce el ceño mientras sostiene el teléfono contra su oreja. Luce molesta, incluso estresada, pero se mantiene a unos metros de mí.

—Sé que es importante, pero debes tener presente que jamás se debe juzgar un libro por su portada —expresa al teléfono—. Es más, los bocetos que te envié tienen justo lo que me pediste, recuerdo que me dijiste que te gustaba el primero... —cierra los ojos y maldice entre dientes, eleva un dedo en mi dirección, indicándome que espere—. Okey, okey, voy a hacer uno nuevo. No te preocupes, lo enviaré el jueves por la mañana, así que no le des tantas vueltas. Quedará perfecto, te lo aseguro. Por supuesto, adiós.

Cuelga, aprieta el teléfono entre sus dedos y gruñe con los ojos cerrados.

—¡Maldito hijo de puta! —exclama en un susurro—. Le envié dos bocetos de portadas. ¡Dos, maldita sea! ¿Sabes el tiempo que me llevó hacerlos? Pero claro, como eso no lo sabe... Infeliz.

Sonrío al verla tan ofuscada, doy un paso hacia ella cuando se pasa las manos por el pelo. Sostengo su bonito rostro entre mis manos y beso sus labios para distraerla de lo que sea que esté pensando. La beso lentamente, sintiéndola tensa contra mi cuerpo, así que intensifico el toque hasta que suspira y se aprieta contra mi pecho.

Solo porque sí (Saga D.W. 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora