26 años | Anggele
Diciembre
¿Estoy nerviosa? ¿Hay una palabra para algo más que solo nerviosa? Dios, estoy que escupo el corazón por la boca. Las manos me sudan, me tiemblan y me duelen los dedos de tanto apretarlos. Mi pobre labio ha sufrido las consecuencias por morderlo cada cinco segundos con mucha fuerza, y mi pierna no para de moverse de arriba abajo sin que yo pueda controlarlo.
Mátenme ahora, por favor.
—Oye, cálmate, te va a dar un ataque al corazón —se burla Aibyleen desde el asiento de al lado—. Mamá y papá no son malos, te van a amar por el simple hecho de ser la primera novia oficial de Demián.
—¿Tú crees? —tomo lentas respiraciones para no morirme de asfixia—. ¿No me van a odiar?
—No —se ríe y aprieta mi hombro con cariño—. ¡Basta de miedo! Ellos te amarán. Mamá y papá son lo mejor de lo mejor, te lo aseguro.
—Okey —asiento, tragando forzado.
Un teléfono suena y Aibyleen se juega la vida en sentarse en el asiento del copiloto, Demián vuelve al auto después de un largo cambio de aceite.
—Ya extrañaba las largas filas de Australia —suspira mi novio desde su asiento, nuestros ojos se encuentran por el retrovisor.
Le regalo una sonrisa para tranquilizarlo y él me responde igual. Había decidido quedarme en el asiento trasero, por si al fin me decidía a lanzarme por la ventana, así tendría más espacio. Había tomado esa decisión desde que me subí al avión, era tirarme de la ventanilla o desde el auto. Creí en ese entonces que era mejor por el auto, porque era menos distancia y tal vez menos dolor.
Dios, ¿qué tengo en la cabeza? Estoy loca.
Me debatía internamente si esto estaba bien y en el fondo de mi cabeza había una vocecita que me gritaba que sí, que esto era lo más importante que haría en mi vida: involucrarme con la familia del hombre que quería y del cual estaba enamorada hasta la médula.
Debía hacerlo, perder el miedo a las personas, a el dolor, a el rechazo.
—Hey —la voz de Demián me saca de mis pensamientos, haciéndome saltar en el asiento. Lo veo abrir la puerta y acercarse a mí—, ¿dónde estás? Has pasado todo el transcurso mirando por la ventana. Espero que no planearas aventarte por ahí.
—Lo pensé por un momento —me reí, quitándome el cinturón—. ¿Ya llegamos?
—Ya llegamos —aseguró, miré por la ventana la inmensidad de la casa.
Es preciosa y es aún más grande cuando bajo del auto, me mareo en menos de un segundo y todo se tambalea.
—Estoy a punto de salir corriendo —advierto en voz baja a Demián que sonríe y me pasa un brazo por los hombros.
Sí, esto era lo que necesitaba, tenerlo bien cerquita.
—No voy a dejar que lo hagas —besa mis labios y mi mejilla con una ternura infinita que logra tranquilizarme—. Recuerda que voy a estar a tu lado siempre y que no te voy a soltar.
—Está bien —asiento hacia él y le doy una sonrisa tensa—. Vamos antes de que me desmaye.
—Vamos.
Tira de mí con suavidad hacia la casa, Aibyleen solo sabe gritar y exclamar lo feliz que está de estar en su otro hogar, lo que me hace sonreír. Demián también parece contento, tiene ese brillo hermoso en sus ojos que solo aparece cuando está muy, muy feliz. Me agrada verlo así, tranquilo y feliz, me hace sentir muy bien.
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Solo porque sí (Saga D.W. 3)
RomanceAnggele y Demián. Demián y Anggele. Del mismo modo y en sentido contrario. Separados son un caos; juntos, una catástrofe. Son el uno para el otro. Están hechos para complementarse mutuamente. Pero, ¿lograrán darse cuenta a tiempo? Ninguno quiso que...