22 años | Anggele
Diciembre
Sydney, Australia.
Escucho los fuegos artificiales a lo lejos, puedo ver el resplandor de los colores en el cielo nocturno y me siento un poco menos miserable. Sonrío y observo la hora en reloj mientras me apretujo contra la sábana que me cubre.—¿Estás bien? _cuestiona mi madre, que está sentada a mi lado leyendo un libro.
—Sí, ma, estoy bien —ruedo los ojos, riendo-. Ya relájate.
—Estoy relajada —sonríe—. Soy tu madre, tengo derecho de ser fastidiosa.
—Ya eres fastidiosa todo el año, déjame descansar en Navidad —la molesto y no tarda en pellizcar una de mis piernas—. ¡Ay, mamá!
—Para que te sigas burlando de mí —no borra la sonrisa y yo solo amo haber tomado la decisión de venir a Australia para Navidad.
Ver la sonrisa de mi madre me va a alegrar la vida siempre, sin importar las circunstancias.
—¿No has hablado con tu padre? —pregunta, evitando hacer contacto visual conmigo, fingiendo estar concentrada en su libro.
—¿Debería hablar con él porque...? —arqueo una ceja.
—Porque es tu padre —ahora sí me mira, con más severidad que antes.
—Y yo soy su hija y no lo veo hacer el esfuerzo por llamarme a mí —reviro, un poco enojada—. ¿Por qué siempre tienes que dañar el momento hablando de él? Es Navidad, por el amor de Dios... ¡No quiero saber nada de él! ¿No lo entiendes, mamá? Es un desgraciado, nos abandonó cuando pudo, no hizo nada para tener contacto con nosotras, ¿por qué carajos debemos perseguirlo? Él no quiere saber nada de mí, yo no quiero saber nada de él.
En silencio y algo sorprendida sus ojos se alejan de los míos, respira profundo para después encogerse de hombros, como si no le importara lo que acabo de decir. Suspiro con pesadez y me siento de forma correcta en el sofá, arropándome más con la manta.
—Lo siento, ¿okey? —siseo—. Es solo que no me gusta hablar de él, menos en esta fecha.
—Solo creo que necesitas un padre...
—Oye, pero si ya tengo uno —paso mi brazo por sus hombros y busco sus ojos—. Tú has sido mi madre y mi padre todos estos años, y es más que suficiente para mí. Te amo, ma, y no necesito a nadie en este mundo más que a ti.
Me sonríe con los ojos llorosos, se acerca a besar mi frente con todo lo que ella sabe trasmitirme: amor y felicidad.
—Te amo, mi niñita inquieta —me rio antes de abrazarla—. ¿Recuerdas que me dijiste que no me habías traído nada de regalo? —asiento, Miranda quita los mechones rubios de mi rostro—. Bueno, toda la tarde estuve pensando en eso y creo que no necesito nada. Cuando tenías ocho años me sorprendiste con unas palabras muy maduras para ser tan solo una niña. ¿Sabes que me dijiste?
—No recuerdo —admito, intentando hacer memoria de los hechos, pero nada.
—Cuando esté grande estarás tan orgullosa de mí, que no necesitaré darte más regalos —las lágrimas acuden a mis ojos en cuestión de segundos—. ¿Sabes de qué me di cuenta con el tiempo? Que no necesito regalos materiales, porque el mejor regalo que me dio la vida fue tenerte a ti como hija —seca la humedad de mis mejillas con sus suaves dedos—. Cualquiera que tenga el privilegio de conocerte también será afortunado.
Umh, sospechoso.
¿Que habrá pasado en el pasado de Anggele?
¿Teorías?
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Solo porque sí (Saga D.W. 3)
RomanceAnggele y Demián. Demián y Anggele. Del mismo modo y en sentido contrario. Separados son un caos; juntos, una catástrofe. Son el uno para el otro. Están hechos para complementarse mutuamente. Pero, ¿lograrán darse cuenta a tiempo? Ninguno quiso que...