| Subcomandante |

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En medio de la noche y por encima de las estrellas, se desplegó un destello blanco desde detrás de mí. La luz blanquecina abarcó todo mi cuerpo y siguió un trayecto por el cielo oscuro hasta toparse con otras de las mismas hileras brillantes, juntándose unos con otros y formando un mismo punto de encuentro. Y allí, debajo de aquella luminosidad gigante, divisé con los ojos llenos de lágrimas, los caminos que nos unían desde que nacimos.

A la lejanía, se avistó una silueta poco conocida para mí, sin embargo, por un motivo desconocido, tenía la necesidad de acercarme. Mientras batallaba con la intención de aproximarme y abrazarle, mis pies comenzaron a moverse sin mi autorización hacia aquella mujer de cabello corto.

Sus ojos claros se unieron a los míos y con una sonrisa de pena musitó: Has crecido, más de lo que alguna vez imaginé. Abrí la boca y solté un sollozo, posteriormente la mujer comenzó a emanar destellos amarillos hasta que la conversión inició y su cuerpo creció hasta transformarse en un titán tan grande que ocasionó en mi interior un revoltijo tan conocido como el miedo, mezclado con el sentimiento de tristeza e impotencia. El miedo incrementó cuando el titán con esa gigante sonrisa, tuvo la intención de acercarse y agarrarme firmemente en sus manos.

— ¡Mamá!

Abrí los ojos con desespero y solté un quejido de dolor al percatarme que estaba enterrando mis propias uñas en la palma de mi mano. Respiré entrecortado y traté de calmarme inhalando el oxígeno con lentitud, las gotitas saladas hicieron su no esperada aparición y en un momento, parecían no querer cesar. Los latidos despavoridos de mi corazón acompañaron mi exasperación por mi sueño o quizás, por alguna visión de cuando era niña. Cuando me logré calmar, suspiré y me acomodé mejor donde estaba recostada, no sé en qué momento me quedé dormida, sin embargo, mantuve en mi regazo el libro que narró la historia de mi familia.

Las páginas del libro que mi padre escribió, parecían tener los mismos sentimientos que experimenté al leerlos, la idea de que afuera de los muros existieran humanos y que ellos sean los causantes de muchas de nuestras desgracias, fue un golpe fuerte hasta el fondo de mi pecho. Lo que más me hacía sentir triste, era la mera cuestión de que yo provenía de allá, por ende, me sentía cómplice de los sucesos de mi actual hogar.

Tal vez por eso es que me dediqué más a llorar que a ponerle atención a lo que es mi historia, las páginas blanquecinas fueron llenadas por letras grisáceas que desafortunadamente, combinó con el color de su hoja. Unas cuantas lágrimas que dejé caer adornaron la tinta negra, la verdad es que estuve la mayoría de la noche fundida en un llanto, se me habían mezclado todas las situaciones, desde la realidad de mi familia hasta la muerte de Erwin y los soldados en el distrito Shiganshina.

Solté un resoplido y cerré el libro, al parecer mi sueño tuvo que ver con todo lo que estuve leyendo durante la noche y siendo sincera, estaba demasiado perdida en mis propios pensamientos y en la veracidad de los hechos, si bien mi papá no tenía motivos de mentirnos, quería creer desde el fondo de mi corazón que todo lo plasmado en los libros era falso, que la realidad es otra y no que nuestros enemigos, son los propios seres humanos.

Me puse de pie, me había quedado dormida en el suelo apoyando mi cabeza en un costado de mi cama, así que probablemente el cuello me duela lo que resta del día. Para ser sincera, no sé cuántos días habrán pasado desde que llegamos de Shiganshina, porque en realidad abandoné la habitación sólo cuando era justamente necesario, sobre todo cuando iba a ver a mi hermano y Mikasa a su celda bajo tierra. La idea de estar tanto tiempo allí no me parecía atractiva, pero tampoco quería dejar solo a ambos muchachos, por ende, la mayoría del tiempo iba con Armin a hacerles compañía.

Unwavering • Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora