Capítulo 42

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—¿Qué sucede? —preguntó Yibo, pero extrañamente, en ese momento, mi estado de ánimo no se podía expresar en ningún idioma. No entendía por qué me sentía tan confuso. Fueron las palabras de Yibo las que me hicieron recobrar el sentido. Las triviales palabras que se habían ido acumulando en mí desde hace mucho tiempo, me recordaron mi voluntad. Y cuando recordé las últimas palabras que más me dolieron, pronto sentí mucho frío. No dejaré que este hombre me lastime más.

De nuevo, sonreí casualmente.

—Huele bien, pero no puedo beberlo.

—Eso es muy malo. Pero no pasará mucho tiempo. Ahora que lo pienso, ¿cuántos meses tienes?

Calculé rápidamente el número de meses y mentí:

—Tengo menos de tres meses.

—... ¿De verdad? —murmuró Yibo, dejando un silencio no deseado entre nosotros.

Pronto dejó la botella de vino y sirvió jugo esta vez. Es para mí. Abrí la boca fingiendo no saberlo.

—También quiero comer pudín.

Yibo se echó a reír.

—Dios mío, ¿por qué no le pones pudín al niño?

Dije sin ninguna pretensión:

—No está mal. Leche si es niña, chocolate si es niño.

Él sonrió y abrió la puerta del frigorífico.

—¿Qué te gustaría?

Pensé por un momento y respondí:

—Caramelo.

Yibo tomó la cuchara con el pudín y me la entregó.

—... Gracias.

—De nada —dijo y me besó.

Pronto, Yibo se dio la vuelta y sirvió el vino de la jarra en una copa. Esperé a que volviera con la copa y luego, dejé caer el pudín en la cama fingiendo que había sido un error.

—¡Ups!

Momentáneamente soltó una exclamación bastante inusual.

Aunque estaba nervioso por dentro, Yibo parecía no tener ninguna duda. Más bien, arregló casualmente el pudín que dejé caer y preguntó:

—¿Quieres que te traiga otro?

Asentí con la cabeza, fingiendo lamentar la pregunta que había estado esperando.

—Sí, gracias.

Acarició mi cabeza con una sonrisa.

Cuanto más pensaba en ese hombre que sonreía tan amablemente, más extraño me sentía, un aturdimiento momentáneo me invadió. Vacié la medicina de mi mano en la copa de vino que estaba en la mesa lateral, mientras él abría la puerta del refrigerador y rebuscaba. El efecto de la droga era seguro. Le pregunté al encargado de la farmacia y me dio la respuesta que quería. Él había estudiado los efectos de este medicamento y explicó que funcionaba mejor si se ingería con vino, pero añadió como advertencia:

“Tienes que tener cuidado porque es mortal para la gente común”

Cuando le avisé a mi médico que me habían recetado este medicamento, me dijo que nunca bebiera alcohol a la vez. Por supuesto que se lo prometí, de hecho, no era la medicina que se suponía que debía tomar en primer lugar.

Solo había dos pudines de caramelo. Había escondido uno a propósito en el fondo del refrigerador. Gracias a eso, le tomó tiempo encontrarlo. Cuando cerró la puerta de la nevera, la cápsula ya se había derretido en el vino y desapareció sin dejar rastro.

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