Yibo, que volvió a casa antes de lo habitual, encontró algo mientras cruzaba el pasillo y se dirigía directamente al dormitorio donde Xiao Zhan descansaba. No había duda de que una pequeña sombra se asomaba frente a la puerta del dormitorio.
—¡Qiang!
Cuando Yibo lo llamó por su nombre, el sorprendido niño giró la cabeza y pronto corrió hacia él gritando
—¡Papá!
Yibo dobló las rodillas y esperó a que el niño se lanzara, e inmediatamente le alzó de la cintura.
—Oh, Dios
—Jajajajaja
Cuando escuchó al niño reírse a carcajadas, Yibo sintió que su estrés acumulado desaparecía un poco. Yibo, que besó en la suave mejilla y abrazó al niño, preguntó.
—¿Qué estabas haciendo, Qiang?
—Frente a la puerta de papá.
—Uhhaha.
Qiang dudó y abrió la boca.
—Tengo un regalo para papá, pero MacDonnell me dijo que no despertara a papá porque estaba durmiendo. Estaba esperando a que se despertara.
Sólo entonces Yibo descubrió que Qiang tenía las orejas pegadas a la puerta. Oyó la presencia de Xiao Zhan desde dentro, pero le dio pena, así que se rió por su cuenta.
—¿Un regalo? ¿Qué es?
—Lo sabes, ¿verdad? Papá tiene a Galleta en el estómago, así que no puede comer nada
—Lo sé.
Qiang habló con voz hosca y se dio la vuelta. Yibo, que rápidamente sujetó al niño con firmeza para que no se hiciera daño, observó cómo Qiang cogía algo de una pequeña bolsa que llevaba a un lado.
—Este.
Lo que Qiang sacó fue una galleta más grande que la palma de su mano. Mirándola con duda, Qiang enderezó el pecho y dijo con orgullo.
—La guardería me ha dado galletas. Mira esto. Hay un oso de goma.
Tal y como dijo, las galletas marrones estaban incrustadas en pequeñas gomitas con forma de oso en varios lugares. Yibo sólo comprendió la situación.
—¿Trajiste la gelatina de la guardería? ¿No te la vas a comer?
—Si.
Qiang asintió.
—La he traído para papá y Galleta.
La cara del niño estaba llena de orgullo. Mojar galletas en leche era lo que más le gustaba a Qiang después de comer pudín. Aguantarlo y traerlo, Yibo se sorprendió de que ese niño tuviera semejante idea.
—Qiang, siempre que quieras comer, el pastelero cocina para ti, ¿verdad?.
—Sí.
Qiang asintió.
—Pero esto sigue siendo diferente, hay un oso.
—Puedes pedirle que lo haga con un oso, Qiang.
—Sí.
Qiang abrió los ojos de par en par como si no lo hubiera pensado. Era desgarrador ver cómo el orgullo desaparecía de la cara del niño avergonzado, pero también era insoportablemente encantador. Yibo besó la mejilla de Qiang en voz alta y preguntó.

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BM
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