Uno tenía demonios que lo consumían. El otro estaba casado felizmente.
Ellos no necesitaban amarse. Uno estaba roto. El otro intentaba arreglarlo sin éxito.
No se necesitaban y al mismo tiempo, no podían estar lejos del otro.
O donde Louis termina e...
«Si me amas lo suficiente, entonces no te marches. Solo quiero ser tuyo. Como siempre digo, nunca me dejes ir»
Never let me go (Lana del Rey)
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A la mañana siguiente:
El frío de ese domingo lluvioso lo despertó. A Harry le llevó al menos un par de segundos asimilar que la ventana de su habitación estaba abierta y que las cortinas se inflaban y después volvían a su posición inicial. Sonrió. La idea de faltar al trabajo se le pasó por la mente, así como también recordó que había alguien a quién le gustaban los días con frío.
Lo típico de un día domingo, era escuchar música de algún rincón de la casa y ver a Amy moviendo las caderas con una sonrisa, como si se olvidará por momentos que mañana era lunes, sus días menos favorito porque, aunque amaba dar clases, en su salón escaseaba los buenos modales y el respeto por el otro.
La encontró en la cocina. Se dejó guiar por la música que sonaba a un volumen moderado de la vieja radio que aún conservaba de su época más jovial y alocada de la secundaria. Llevaba un delantal y movía su cuerpo al ritmo de música mientras preparaba el desayuno. Los domingos eran los únicos días en los que ella misma se prohibía fumar un cigarro. Harry la miraba en silencio, porque era encantadora, movía el cuerpo con torpeza, sin ritmo. No le importaba hacer el ridículo. Siempre que la miraba bailar, le daba la sensación de verla flotar en el aire.
— ¿Te vas a quedar mirándome ahí, nada más? -preguntó Amy al notarlo. Le sonrió mientras se acercaba a él. Le echó los brazos al cuello y meneó sus caderas al mismo tiempo que Harry ponía sus manos sobre ella — Vamos, baila conmigo. No lo hemos hecho desde la noche de boda.
Harry rió, avergonzado siguiéndole con vergonzoso el ritmo — La fiesta en casa de tus padres ¿No cuenta? -preguntó riendo cuando Amy le mordió suavemente la mandíbula.
— Tal vez. Con lo buen bailarín que eres…
— Oh, vamos. No hace falta mentirme, cariño. Tengo dos pies izquierdos. Nunca entiendo la música que escuchas.
— No te esfuerzas en aprender español, tonto.
— Bueno, haré un esfuerzo. Hoy me prestas algunos de tus discos ¿Qué dices?
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