«Pero hago mi mejor intento. Y todo lo que puedo hacer, es aferrarme a lo que queda en mi mano.
Pero sin importar, qué tan fuerte me esfuerce, la arena me retrasará»Addict with a pen (Twenty one pilots)
— Ya hablamos de esto ¿comiste todo de verdad?Se abstuvo de rodar los ojos. Se limitó a mirar a la tercera encargada que le preguntaba lo mismo, y como en las ocasiones anteriores, se limitó a asentir lentamente, sin quitarle la vista de los ojos, para parecer más sincero, para que no se le pasara por la mente que tenía las tostadas en ropa y el café lo había tirado mientras estaban distraídas. Era fácil engañarlas pero era agotador seguirles el juego donde ellas parecían realmente preocupadas.
Marie pareció encantada con la noticia, porque siempre batallaba para hacerlo comer. Louis le tenía cierta confianza. Era la más joven de las encargadas, madre soltera. Veía en ella la madre que no había tenido, o al menos, el modelo de madre con el que siempre había soñado.
Nunca se le pasaría por la mente los trucos que había adquirido con el pasar de los años producto de su convivencia con la anorexia. La práctica hacia la perfección; nadie era capaz de siquiera imaginar hasta donde era capaz de llegar para no comer.
Tragó saliva notando la mirada demasiado curiosa de Marie sobre su cuerpo y se apresuró a salir, temiendo que notara las tostadas que escondía. Una vez afuera, se limitó a suspirar aliviado y como en veces anteriores, se había salido con la suya. Tiró en la basura las tostadas y esperó durante dos minutos el autobús. Se sentó al final y apoyó la cabeza contra el vidrio. Era el momento que más le aterraba; cuando abstraído en la parte de atrás, recordaba sus pesadillas. La misma que lo tenían sin dormir por largas temporadas y le hacían temblar las piernas del terror. Amaba tanto el silencio como lo odiaba, porque su mente tenía algo con recordarle esas noches, en las que escuchó sus pasos al otro lado de la puerta y sin importar cuánto lo deseaba, él nunca se detenía.
Bajó a unas calles de la escuela, miró al cielo para ser acariciado por la llovizna que comenzaba a caer; tenía una especial adoración por las gotas frías del cielo debiéndose quizás, a un recuerdo dónde él tenía siete años y sus padres parecían amarse e ignorar el futuro que les deparaba, como si no vieran las grietas que les rompían la piel, el desenlace tan desastroso donde él, sería el más afectado.
Al llegar la lluvia ya se había detenido.
Con la mirada puesta en el suelo caminó hacía su casillero. Podía sentir todo tipo de miradas sobre él; desde las desinteresadas hasta la más feroz. Pretendía no oír lo que susurraban y caminaba rápidamente intentando callar cualquier tipo de comentario pero todos parecían tener una especial devoción por hacer su vida un imposible.
Aunque intentó pasar desapercibido, aunque intentó con todas sus fuerzas no ser notado, Stan Gianni tenía algo con encontrarlo incluso cuando hacía de todo para evitar esto. Era el que tenía un futuro prometedor en el fútbol americano, el sueño de cualquier muchacha y cualquier muchacho que le atrajera la gente bestial, como a Louis le gustaba decir en secreto. Tenía los ojos grises y el cabello rojo, las manos duras, ásperas y grandes. Sabía esto porque Stan tenía una especial adoración por tomarlo del cuello, sujetarlo y casi dejarlo sin aire, justo cuando sus labios se pintajeaban de un ligero azul, solo entonces lo soltaba y caminaba sabiéndose un rey que hacía uso y abuso de su poder.
Siempre había sido el objetivo principal de su burla, aunque Louis nunca había llegado a entender muy bien el porqué; solo fue un día inesperado, no había hecho nada en particular para molestarlo, se atrevía incluso a decir que era la primera vez que lo veía. Todo había pasado rápido y cuando se dió cuenta, ya tenía los dedos de Stan alrededor de su cuello y en sus ojos grises podía ver la mirada de un asesino nato, una furia inexplicable y aterradora.
Chocó su hombro fuertemente contra Louis. Cayó al suelo y los libros que llevaba en sus brazos cayeron por todos lados. Siguió su camino con una sonrisa altanera en sus labios, dejando a Louis en el suelo, cogiendo sus libros con los dedos temblorosos.
Las horas pasaron rápidamente para su suerte. Ni bien el timbre sonó, sus compañeros salieron rápidamente hacía afuera siendo él, el último en salir. Pero entonces le brotó algo en el pecho, una ansiedad implacable combinado con murmullos que venían de algún lado pero que nunca decían algo en específico. Entonces agarraba una cuchilla que siempre llevaba en la mochila, porque era la única forma de contentar esa necesidad enfermiza y callar los murmullos que parecían querer volverlo loco. Se dirigió al baño, y se encerró en un cubículo, cerró la tapa del retrete, y se sentó, escondiendo su rostro entre sus piernas.
Los murmullos no se callaron. Nunca lo hacían. Ellos venían acompañados con recuerdos. Louis tragó saliva mientras apretaba sus manos y aunque intentaba, no podía detener sus recuerdos ni callar los susurros. Entonces se sumergía en la rutina de siempre temblar en un rincón como hace años, con el mismo miedo erizandole la piel y llenando de lágrimas sus ojos cansados de llorar.
— Qué… ¿Qué haces aquí?
— Quiero enseñarte un nuevo juego Louis.
Intentó tapar sus orejas para no oír más su voz. Intentó cerrar los ojos con las esperanza de así no ver más su rostro pero era inútil; parecía no entender que todo venía desde adentro. Quería borrarlo, extraer de su sangre y de su cuerpo cualquier rastro que aún quedará pero nunca tenía el valor de hacerlo. Nunca sería suficiente.
— Este juego no me gusta… ¿Por qué tengo que sacarme la ropa?
— No tengas miedo… Vas a hacer lo yo diga ¿Si, bebé?
No le salían lágrimas. Había experimentado desde más joven que aquello no liberaba el dolor que llevaba dentro, que de hecho lo hacía sentirse ahogado. Llorar le había traído dolores insufribles de cabeza. No lo aliviaba, lo hacía sentirse más y más pesado.
Su manera de reconfortarse no era única, ni la mejor, pero aquel escozor que sentía en su piel cada vez que la abría, se sentía escalofriantemente bien. Era cuando los murmullos se sentían lejanos y por unos minutos, el cuerpo lo sentía adormecido. Era incluso, de alguna extraña manera terapéutico o al menos eso decía cuando algún curioso preguntaba por las cicatrices que abundaban en su cuerpo. Así lo arranco de mi piel, respondía pero nunca decía sobre quién hablaba ni tampoco explicaba el porqué.
Mantuvo sus ojos fijos en la sangre que no tardó en salir; observó tristemente la escena. Era terapéutico, si, pero eso no quería decir que se sentía exactamente bien por hacerlo. Le dejaba una sensación dividida de catarsis y culpa que al final del día lo dejaban sin dormir.
Odiaba las cicatrices casi tanto como odiaba su cuerpo, pero la realidad era que no podía detenerse cuando la necesidad le ganaba; cuando recordaba por todo lo que había pasado y odiaba su piel más que a nada. Odiaba la sangre que brotaba pero más odiaba no poder detenerse, porque está esa voz en su cabeza gritándole violentamente que lo hiciera.
Una y otra vez.
Se lavó las manos y se miró en el espejo mientras lo hacía. Tenía los ojos rojos por soportar las ganas de llorar.
Mírate, y mírate bien. Has sido un juguete antes y lo vas a ser siempre. No lo olvides. No sirves para nada.
Asintió lentamente a su reflejo, como si él le hubiera hablado y salió de baño hacia su siguiente clase.
ESTÁS LEYENDO
In the dark. «Larry Stylinson»
Fiksi PenggemarUno tenía demonios que lo consumían. El otro estaba casado felizmente. Ellos no necesitaban amarse. Uno estaba roto. El otro intentaba arreglarlo sin éxito. No se necesitaban y al mismo tiempo, no podían estar lejos del otro. O donde Louis termina e...