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«Tus ojos me están tragando, los espejos comienzan a susurrar.
Las sombras comienzan a verme.
Mi piel me está sofocando.
Ayúdame a encontrar una manera de respirar»

Sleepwalking (Bring me the horizon)


Su rutina comenzaba temprano en la mañana, cuando sin amanecer del todo sus manos se movían por inercia sobre su cuerpo cuando despertaba por una pesadilla

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Su rutina comenzaba temprano en la mañana, cuando sin amanecer del todo sus manos se movían por inercia sobre su cuerpo cuando despertaba por una pesadilla. Se aguantaba el grito que le quería brotar desde lo más profundo del pecho y abría bien los ojos para mirar en la oscuridad que se aferraba aún a las paredes, y donde sea que mirara.

Louis Tomlinson solía dormir más de dos horas seguidas en su infancia y en mañanas como esas, solía recordarlas con especial nostalgia. Se veía así mismo de niño, una versión sin grietas que amaba dormir porque era la única forma de conseguir energía para jugar al día siguiente. Cuando las pesadillas y los recuerdos no existían.

Se sentó a la orilla de la cama y pasó un par de minutos mirando a un punto inespecífico de la habitación. Sus manos constantemente se paseaba por su cuerpo para asegurarse que sólo había sido una pesadilla y que no dolía en ningún lado. Cuando la habitación finalmente se aclaró con la luz del día, busco insistentemente moretones en su piel y se sintió aliviado al no encontrarlos. Habían pronosticado un temporal de lluvia en la ciudad por lo que algunas gotitas comenzaron a golpetear su ventana y pasó otros minutos con la vista fija en ella.

Trató de no pensar mucho en el motivo que lo mantuvo despierto. En su lugar decidió ponerse de pie aunque sentía el cuerpo exhausto; la vista se le ponía negra por largos diez segundos y no sabía si culpar a la fatiga o al hambre que a veces lo dejaba tirado en el suelo, sin conocimiento, y se despertaba con el cuerpo helado.

La lluvia se había detenido para cuando estuvo listo. Era reconfortante deslizar las piernas por sus pantalones y notar que le quedaban más grande que la última vez que los había usado. Aquellos eran los beneficios de no comer. La satisfacción enfermiza de sujetarse los jeans que resbalaban en su cuerpo y le daba la sensación de estar nadando en ellos.

Caminó agarrándose de las paredes cuando se sintió mareado, y fue directamente hacia el espejo de cuerpo completo que tenía en la habitación, para observarse como hacía usualmente cuando las pesadillas aparecían, para cerciorarse de que sólo había sido un sueño, y que los moretones que le habían causado en el pasado, ya no existían.

Paseó sus manos sobre su cuerpo, sobre sus clavículas pronunciadas y sus costillas, sobre los huesos de sus caderas, sus hombros y finalmente sobre sus pómulos filosos y pronunciados. Odiaba lo que veía, lo que quedaba de él. Juraría que hasta el espejo se le reía, mientras le devolvía la imagen de si mismo y no se reconocía. Odiaba lo opaco, casi descolorido que se veía. Se miró de mil formas, intentando borrar ese reflejo desgastado y cansado pero no se iba, seguía ahí devolviendo esa imagen de un extraño sin sonrisa.

Suspiró rendido, cansado de buscar en su reflejo algo que no sea lo que miraba pero era inútil. Nunca encontraba más que los restos del pasado que no se iba y  que atormentaba sus sueños.

A sus diecinueve años le había tocado aceptar muchas cosas, resignar otras. La vida había sido injusta desde niño y no había mucho que hacer para cambiarlo. Aunque lo intentaba, siempre volvía al punto de comienzo, con la sensación de haber atravesado tanto para darse cuenta después de que corría en círculos, persiguiendo una meta que se alejaba con cada paso que daba. Se había resignado al cambio, a la paz y aceptado que no importaba qué hiciera, si al final día, iba a estar postrado sobre el retrete alabando a una Diosa que no existía.

Se dió una última mirada mientras arrastraba sus pies de vuelta a la cama, teniendo la fugaz idea de parecer enfermo para no salir esa mañana pero pronto lo desechó.

Vivir en una casa de acogida, reducía sus opciones a dos: la primera, ir a la escuela y aguantarse todo por unas horas y luego volver, como si no hubiera pasado nada. La segunda, por supuesto, era no ir y correr el riesgo de que lo echen a la calle como un perro vagabundo, ya que solo se albergaban a los que estudiaban porque el gobierno, les daba el dinero para pagar algunos gastos, no todos. No podían darse el lujo de mantener a alguien de más.

Nadie quería a los de su tipo.

Aprovechó esa media hora que le quedaba libre. Se acostó imaginándose las mismas miradas de todos los días, a las que de alguna manera extraña se había terminado acostumbrando. A los rumores falsos que corrieron cuando lo encontraron con las muñecas abiertas en el baño, la lástima colectiva y el rechazo opresor del resto. A veces podía ignorarlos, hacer oídos sordos a los rumores, ignorar las miradas y otras veces aceleraba el paso hacia los baños, con un nudo en la garganta y la vista borrosa.

Escuchó los primeros ruidos provenientes de la cocina. Cerró los ojos disgustado del solo imaginar un plato con huevos aceitosos y el nauseabundo olor a café y las voces de las encargadas insistiendo en que debía comer, porque decían que estar tan delgado como lo estaba él, no era sano. Odiaba que nadie respetara sus ganas de no querer comer, que no entendieran que consideraba su cuerpo un templo que debía cuidar y mantener incluso si eso significaba matarse de hambre, o atragantarse de comida para después vomitarla porque no soportaba la idea de sentirse lleno.

Louis comía para vivir. No vivía para comer.

Pero nadie parecía entenderlo.

In the dark. «Larry Stylinson»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora