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Todos somos otros después de alguien.
—Anónimo.

—¡Esto está quedando genial, Chuuya-san! —exclamó un chico albino, en su mirada casi se podía apreciar el brillo que emanaba por la admiración hacia su superior

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—¡Esto está quedando genial, Chuuya-san! —exclamó un chico albino, en su mirada casi se podía apreciar el brillo que emanaba por la admiración hacia su superior. Este chico se encontraba con una guitarra eléctrica conectada a unos auriculares de cascos, pero en cuanto miró la pintura de su amigo por el rabillo del ojo se distrajo de un momento a otro.


—B-bueno, no es para tanto. —respondió apenado a quien llamaron anteriormente "Chuuya".

En una mano yacía su pincel, en la otra estaba su paleta de colores manchada de punta a punta de tantas combinaciones que no alcanzaría el tiempo para distinguirlas todas.

Pero lo más majestuoso del momento, era sin duda el lienzo frente a él. Claro, aún no estaba terminado y le faltaban varios cientos de retoques para distinguirlo correctamente, pero había algo en esa pintura que te hacía entrar en el corazón del artista.

—En efecto, no es para tanto. —intervino el tercer chico del lugar, con el cabello negro y una cara de cansancio por el deber de cuidar de sus dos amigos. —No confíes mucho en Jinko, Chuuya-san, él te dirá que es lindo incluso si no lo es. —este chico se encontraba sentado con un delantal completamente manchado por la cerámica que caía de tanto en tanto desde el torno enfrente de él.

Ambos chicos presentes lo miraron de mala forma, uno por destructor de sus sueños y esperanzas, y el otro por sentirse ofendido ante tal explicación, esto hizo que el alfarero sacara la vista de su trabajo, y por ende terminara mal formado a los pocos segundos.

Debido a este suceso, los tres chicos empezaron a pelear de manera natural, como si fuera algo de todos los días y realmente nadie estuviera enojado con el otro, sino, simplemente disfrutando la compañía y las idioteces que uno hace cuando está con las personas que quiere.

Su momento duró unos pocos minutos cuando se escuchó el timbre de la cochera y Chuuya se vio obligado a ir a recibir a sus visitas.

—Mierda, olvidé por completo que hoy venía un conocido de Anee-san. —soltó Chuuya mientras se tocaba la frente, como si toda la situación no fuera más que un dolor de cabeza.

Pero se alivió al momento en que, abriendo la puerta eléctrica, la figura reconocida de uno de sus amigos estuviera parada afuera, en vez de la de algún otro simple desconocido.

—¡Ah, Ranpo-san! —exclamó el chico albino rebosante de energía.

Un chico pelinegro, estratégicamente desordenado, con una boina en la cabeza y un atuendo casual se hacía presente desde afuera. Su andar despreocupado daba las vibras de tranquilidad a donde sea que fuera.

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