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Qué cosa más extraña es el hombre.
Nacer no pide.
Vivir no sabe.
Y morir no quiere.
—Antiguo proverbio chino.

—Basta, tienes que ir a la escuela

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—Basta, tienes que ir a la escuela. —gemía Mori entre quejas. —No tienes que faltar por estarme cuidando.

—No te podría dejar así ni aunque estén asaltando la escuela. —Fukuzawa cambió el trapo húmedo que reposaba en la frente de su pareja, preocupado pero sin hacerlo notar mucho.

Mori lo miró triste.

—Por favor no digas eso... —era un regaño, o tal vez una súplica, no quería que la vida de Fukuzawa se viese afectada por su condición. —Esto no es algo que deba obstruir tu vida.

—Me pides las cosas más imposibles.

Ambos mantuvieron en su su cara una expresión amarga. No poder soportar el dolor y no querer soportarlo, ambos estaban igual. Desde que a Mori le diagnosticaron el cáncer pulmonar esto ha sido un infierno.

Si bien, la cosa tiene una cura, no existe nunca el cien por ciento de esperanzas, después de todo es por este tipo de cáncer que la mayoría de la gente muere.

La tos con sangre de Mori solo le hizo recordar el primer momento en que vio cómo el amor de su vida llegó a él con una mirada perdida en el dolor, solo para informarle lo que uno de sus compañeros de trabajo le diagnosticó días después de que Mori se empezara a sentir mal.

Como siempre sucedía con este cáncer, se detectó tarde, y ahora era todavía más difícil curarlo. Se sentía iluso por los años que pensaba que eran buenos y ningún peligro se avistaba, cuando en realidad la vida les estaba declarando la guerra como pareja.

—Kouyou se molestará contigo. —intimidó sujetando su frente, con todo y el trapo que lo mantenía pegado a su piel con la humedad. —Ambos sabemos que no deberías hacerla enojar.

Sus miradas se volvieron cómplices mientras su mente divagaba en aquellos años de juventud que tuvieron alguna vez.

—Ella lo entendería. —le dijo amable pero serio, solo para recalcarle que Kouyou era una amiga más que faltaría a su trabajo por estarlo cuidando. —Aunque ella te reclamaría después de todo.

—Tiene sentido. —sonrió cansino. —¿No fue ella quien me advertía que dejara de fumar?

—Yo también lo hice. —frunció el seño, de haberse puesto más firme con él, tal vez no estarían en esta situación. —Como sea, ¿cómo va ese dolor de cabeza?

—Igual, supongo. —se permitió jugar un poco con las manos ásperas de Fukuzawa, las que descansaban a un lado de su cuerpo, que lo hacían sentir tan protegido y acompañado. —No he sentido un cambio en realidad.

De la nada, Fukuzawa soltó una leve risa.

—¿Ahora eso es divertido? —retó Mori con una sonrisa encantadora en su rostro.

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