Capítulo III - Primavera. Diario de una olvidada

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(El capítulo  es el mas largo de todos, creo)


El pasado, antes de éste momento, estuvo plagado de un cielo que anunciaba tormenta, hierro y fuego en el aire, humo como neblina, sangre lavada por agua de lluvia que creó ríos carmesí y negros, enemigos que parecían no existir, pero sobre todo de olvido, como de quien intenta eludir sus memorias y se resigna a un nuevo mundo lleno de cosas que irremediablemente no se pueden cambiar, porque eran, son y ya nunca dejarán de ser.

Así que ya no importaban las plegarias que iban al cielo y se perdían en el espacio. La creencia subversiva de que el infierno existía era cierta, porque para los religiosos estaba en la tierra y el resto lo creía también, aunque lo pronunciaban con sus propios conceptos pragmáticos. Sin embargo, yo no creo que la morada del primer ángel caído se encuentre aquí.

Para mí éste sigue siendo el mundo, la Tierra, más gastada, menos poblada, más opaca y tan hermosa como puede ser. Lo creo porque aún estoy viva y puedo seguir viviendo. Parece que no importa que cada persona lleve en sus manos su propia vida, no lo quieren así, ¿qué más quieren tener?, ¿edificios?, ¿a quienes murieron? Los monumentos de las civilizaciones se derrumban y la muerte es un acompañante constante. Lo único que fue nuestro al nacer consistió en ver y sentir...

♦ ... ♦

Del sentir he de vivir ahora. Recuerdo las sensaciones, por eso sé que lo que hay alrededor de ello fue y es real. Por esto sé que alguna vez conocí el miedo, pues fue lo que sentí en aquel momento, aunque la sensación desapareció, se desvaneció como todo lo que recuerdo ahora y quedó lo de siempre, nada.

No fue mi intención quedarme parada como si no supiera qué hacer, pero es que cuando dejé de sentir de forma tan intempestiva, por un momento fui irracional y creí no estar viviendo tal instante, porque no había forma que un día sin más, el mundo que he evitado viniese a mi como si fuese importante que de algún modo yo tuviera que reconocerlo. Nunca creí que la Luna viniese a uno después de una vida evitando mirar en su dirección, eso la hace parecer caprichosa.

Algo en mí se divirtió tratando de entender lo que vi, no porque algo que no debía ser real lo fuera, sino porque nunca creí tener que racionalizar algo así. Se suponía que no tenía que vivir aquello.

El repaso que le di a las personas frente a mí fue sutil y pobre. No hubo colmillos, pero si sangre en el piso. Por ahora no puedo decir otra cosa. Ellos notaron que estaba ahí, pues me miraron, lo extraño fue su desconcierto. Quizás me vi muy diferente de ellos, nunca he podido distinguir a los que son como yo y los que no. Uno se acercó y sólo hizo una pregunta.

—¿Estás bien?

Después de asentir y afirmar me miraron una última vez y se fueron. Terminé de salir a la calle principal y tomé rumbo hacia casa.

Eternidad I, Invierno PermanenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora