Capítulo XIX - El invierno se fue, la primavera llegó de nuevo

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Hacía mucho que no se acordaba de eso

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Hacía mucho que no se acordaba de eso...

La primera escena era la más clara. Era una niña pequeña. Había bajado de su cama en la planta baja, se dirigió a la cocina donde oyó la voz de su madre, quería pedirle algo. Antes había estado revisando las cosas de su habitación cuando notó que no tenía ni un sólo broche para cabello, tal vez se debía a que Madre nunca le hacía un peinado, cuando terminaba de cepillárselo decía que era todo. Por eso quería un pequeño adorno para su cabello, le gustaba, era muy bonito, con el pasador sería mejor.

Cuando llegó al salón la vio sentaba en un sillón mientras sostenía unas agujas. La llamó, pero no le hizo caso, estaba ocupada hablando con su padre, ninguno tenía una cara feliz, había algo duro en sus facciones. Intentó llamarla una vez más, pero nada pasó. Se quedó ahí con la esperanza de que la notaran.

Por cada instante que transcurría, algo en sus voces, sus ojos y su cara se sentía desconocido y malo. No sabía qué hacer. Entonces vio de reojo algo cayendo más allá de su lado. Enseguida volteó hacia la puerta de cristal a su izquierda, una hoja había caído del largo arbusto con flores magenta. Permaneció ahí viendo afuera, tal vez así podría evitar escuchar las voces tras ella. Parecía que su deseo de tener un broche de mariposa tendría que esperar.

La siguiente escena también era clara, aunque no tan marcada como la primera –porque ninguna después tuvo el mismo peso. Su cumpleaños de siete según le dijo Madre. El ruido era contenido, sin intención de grabarse en el momento. Cuando miró a todos ahí, sintió algo frío a su alrededor, todos estaban muy apartados de ella, la veían desde arriba queriendo ocultar su cara y sus ojos de ella. Era como si quisieran estar lejos.

Los obsequios fueron unos cuantos, un vestido negro, un collar que brillaba, un juego formal de té, otras cosas para las que no tenía nombre, pero parecían encajar con lo demás. Ningún regalo era el broche de mariposa, uno reluciente, de colores claros que el blanco tiñó. Nadie hizo nada más que entregarle una caja pulcra e impoluta. No hubo melodías, una canción, aplausos, palmadas, abrazos, palabras cariñosas o un noble deseo.

Su madre que estaba a su lado, retiró la mano cuando quiso tomársela, no supo si ella se dio cuenta de eso o no, pero no lo intentó de nuevo. Por eso miró hacia la ventana que daba a la calle; el cielo era muy azul, el viento movía con suavidad un árbol a la distancia, no apareció ninguna nube. Dudaba que durante todo el tiempo que permaneció viendo afuera, alguien se hubiese acercado a ella o hablado; las voces siempre distantes le dijeron que así fue.

Había más escenas.

Fue a la cocina, tenía sed; ahí estaban sus padres, hablando entre ellos, no la notaron. Mientras llenaba una jarra vio hacia la ventana sobre el fregadero, las flores tenían hojas recién nacidas, la primavera hacía su trabajo. Mientras estuvo ahí siguió observando por la ventana al jardín para ignorar de lo que hablaban ellos.

Otra.

No encontró a nadie en la sala o la cocina, cada vez era más difícil encontrar a alguien ahí, nunca sabía a dónde iban; volvió a su habitación.

Eternidad I, Invierno PermanenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora