Capítulo VIII - Un mes de verano

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Era medio día cuando emprendieron el camino de regreso a la mansión, se estaban retirando antes de tiempo luego de un entrenamiento

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Era medio día cuando emprendieron el camino de regreso a la mansión, se estaban retirando antes de tiempo luego de un entrenamiento. Cuando llegaron faltaban unas horas para el momento de la comida. Ella vio cómo todos se detuvieron en el recibidor; se quedó ahí sin saber qué hacer. Algo ocurrió con Kahler ya que la sirvienta había mirado hacia él y se esforzó por parecer normal. Entonces a ella le propuso algo.

—¿Le gustaría ir a la parte trasera? Es agradable estar ahí.

No le respondió. Miró hacia esa dirección, por el pasillo a lo lejos vio la poca luz que se filtraba a la casa. Luego observó a su izquierda a las escaleras de la entrada, y a su derecha a la sirvienta Sullivan. Ésta pareció entender su mirada y silencio.

—Venga. Por aquí.

La empleada la guio por el pasillo dispuesta a llevarla hasta allá. Se permitió a la sirvienta actuar, nadie se movió para detenerla o hizo algún comentario.

♦ ... ♦

Ella ya sabía que el pasillo al centro de la casa era largo y un tanto oscuro. Ahí estaba un pasillo en dirección a la derecha e izquierda, nunca había ido por ninguno de los dos lados, eran áreas que no conocía todavía; luego las escaleras traseras al piso superior, el gran pasillo lleno de ventanas que abarcaba todo el perímetro trasero e iban de un extremo de la mansión al otro y, por último, la puerta al exterior. La sirvienta, quien se había adelantado mucho, abrió la gran puerta de madera. Al hacer esto causó que el exceso de luz iluminara todo, por eso, mientras se acercaba, lo que la luz tocaba era lo único que podía ver, desapareciendo lo demás en sombras.

En verdad era un lugar hermoso lo que había afuera. A unos metros había una gran sección de rosales podados de forma redondeada para darles pulcritud, estos creaban pequeños senderos para poder caminar alrededor de cada uno de ellos, era un gran jardín de un par de metros de rosales. Después, de inmediato se abrían paso enormes brotes de flores silvestres que en su estado de crecimiento libre, superpoblaban el suelo e iban y venían con el viento. Había margaritas; campanillas blancas, amarillas y azules; jacintos amarillos y blancos, grandes gerberas rojas; anémona blanca; un par de arbustos de hortensias azules, lilas y moradas a los alrededores; todas las flores se entremezclaban y de forma increíble estaban rociadas con amapolas.

La presencia de éstas últimas flores le dio curiosidad, entonces notó el arco descendente que seguía con más flores. Luego sólo era pasto en lo último de la pendiente, más allá había parcelas de flores como un lago y un par de ellas eran exclusivas de amapolas rojas y brillantes. Esto le hizo olvidar casi por completo los hermosos rosales atrás de ella, había algo frágil en los pétalos de aquellas flores, que le eran un poco más agradables de contemplar.

Toda el área trasera era parte de un bosque y un prado. La casa estaba rodeada, luego de un par de metros, de árboles, desde esa distancia se extendían de forma casi recta hacia atrás de la casa, el fondo del valle, luego se extendían hacia los lados un poco más y más en todo el terreno y, muy, muy a lo lejos, después de varios kilómetros, los árboles llegaban al pie de una gran cordillera de montes hacia donde el sol estaba caminando. El cielo por completo claro y casi sin nubes, y la placida calma del viento, le decía que aquel era un lugar cálido que quizás no conocía la nieve.

Eternidad I, Invierno PermanenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora