Capítulo IV: Examen de ingreso.

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Arrastró los pies por los campos de maíz que parecían interminables, el único motivo por el que no se consideraba perdido todavía era porque caminaba recto hacia adelante, persiguiendo los rastros de luz que había visto al subirse a un árbol media hora antes. Katsuki estaba que echaba espuma por la boca; las hojas ásperas de las plantas le estaban irritando la piel, el sudor se acumulaba en todo su cuerpo por las horas de caminata, así que intentaba mantenerse calmado para no cometer un desliz y prender fuego la cosecha.

Ni siquiera quería venir a este maldito Internado Nozomi* en primer lugar, pero su vieja prácticamente lo había arrojado al tren de cabeza. Había sido un viaje tranquilo hasta que se informó que, por un descuido de mantenimiento en las vías, tendrían que tomar otro camino, lo que se tradujo en que su viaje de, en principio, dos horas, durara cuatro; como había salido —obligado— el sábado por la noche, llegó en medio de la madrugada.

Habiendo visto demasiadas películas de terror y alienígenas, era consiente de los peligros del campo, sobre todo si el maíz estaba involucrado; así que caminaba intranquilo y alerta a pesar de su cansancio e irritación. Volarse los sesos con sus explosiones era cada vez más tentador. Jadeó, sonriendo con alivio cuando al escalar una pendiente observó frente suyo la escuela de mierda, justo atrás de un cobertizo que bloqueaba un poco la vista; iba a tomar una buena ducha y dormir como borracho desmayado apenas tocará una cama limpia.

El alivio se fue a la mierda cuando su pie resbalo en el barro y cayó directo al cobertizo, rompiendo el techo con su peso. Cacareos aterrados surgieron en medio de la oscuridad, asustándolo como el mismísimo diablo por las pequeñas sombras que se movían por todos lados y volaban por su cabeza. Quisiera decir que tomó las cosas con calma apenas identificó que eran gallinas y no demonios, pero lo cierto es que, de alguna forma, terminó en una batalla campal con las gallinas y lo que luego identificaría como un gallo.

Las luces se encendieron de repente en el gallinero, deteniendo su intento de hacer pollo a las brasas. Una monja de aspecto severo estaba de pie en la entrada, con una mirada de incredulidad en su anciano rostro al verlo en el suelo, cubierto de barro y plumas, alejando a tres gallinas con su pie derecho, medio aplastando a otra con su cabeza y en proceso de estrangular al gallo.

Sonrió con la mayor inocencia que pudo encontrar en su alma manchada, intentando encantar a la mujer para que no le realizara un exorcismo ahí mismo, mientras liberaba a los animales que, ahora intimidados, se alejaban a toda prisa de él. Poniéndose de pie, sacudió sus manos y se acercó a recoger su bolso de viaje que había caído en el bebedero.

— Buenas noches. Disculpe las molestias, mi tren se retrasó.

Esperaba muchas cosas de este primer encuentro, el exorcismo coronaba la lista si su madre hubiese sido tan malvada de explicar los motivos por los que estaba aquí, pero también se esperaba agua bendita, oraciones en su nombre, gritos, jalones de oreja, todo menos la sonrisa maternal que recibió del rostro extranjero.

— No te preocupes, joven. El cartero me comentó está mañana que había un problema con las vías y que los trenes llegarían retrasados, aunque no te esperaba a esta hora. ¿Tienes hambre?

— No, señora. — No iba a comentar como usó su peculiaridad para azar algunos choclos en el camino, en caso de que ahora sí recibiera un castigo. No era que quisiese robar ni nada, pero era eso o comerse sus propios brazos, ya que su última comida había sido un tazón de cereales para el desayuno, se saltó su almuerzo a favor de intentar escaparse nuevamente. No funcionó.

— Diríjase a mí como madre superiora, joven Bakugou.

"¿Y eso qué mierda es? ¿No son todas las profesoras monjas aquí?"

«No somos iguales» | Bakugou Katsuki [EN EMISIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora