Capítulo 12: La usurpadora.

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Mitsuki se levantó del sillón teniendo cuidado de no despertar a su esposo, preguntándose quién estaría llamando a la puerta a esta hora, esperaba que no fueran los vecinos de al lado, quejándose de nuevo por los gritos mañaneros que usaba para despertar a Katsuki. No entendía por qué se molestaban tanto, en todo caso, deberían estar agradecidos de que les ayudara a no quedarse dormidos.

— Hola, ¿qué se les ofrece? — preguntó cansada, tallándose los ojos mientras observaba la carreta llena de cajas en su puerta.

— ¡Ay, no puedo creer que sea ella!

— Es guapa como él.

— ¿Quiénes son ustedes? — preguntó con sospecha, tanteando en su paragüero para agarrar su bate de beisbol, por si acaso.

— Señora Bakugo, es un placer para nosotras conocerla. — dijo la chica pelinegra, ajustando sus lentes. — Somos parte del club de fans de su hijo y venimos a entregarle algunos de los regalos que nuestros miembros han enviado.

Miró de nuevo la pila de cajas en la carreta, casi queriendo gritar enojada porque estaban malcriando a su mocoso, pero luego reparó en el hecho de que esta vez los obsequios no venían de viejos, ni de compañeros varones, sino de lindas mujercitas de su edad, así que suspiró, dejando su bate y abriendo la puerta.

— Está bien, los aceptaremos, aunque Katsuki no está aquí. ¿Pueden ayudarme a entrarlos a la sala? Pero no hagan mucho ruido, mi esposo está durmiendo.

Cuando terminaron de entrar las cajas, les agradeció invitándolas a tomar un té, aprovechando la oportunidad para hacerle algunas preguntas en lo que llegaba su hijo.

— Y díganme, ¿desde cuándo son parte de ese club?

— ¡Desde siempre! — exclamó Kishihara, entusiasmada por la oportunidad de conversar con la creadora de semejante hombre. — De hecho, Mayeda y yo somos las fundadoras. Todo empezó cuando Bakugo se cambió de escuela...

— ¿Ah, sí?

— Sí... Nos puso triste que se fuera, como a muchos de nuestros compañeros, pero entonces un profesor nos dio la idea de hacer un club para hablar de él.

— ¿Y cuántos son? — preguntó mientras se levantaba para prepararse un café, necesitaba algo más fuerte si no quería quedarse dormida en plena conversación.

— En realidad, no estoy segura, ¿Mayeda?

— Hum, somos alrededor de trescientos miembros en este momento, aunque el número crece cada semana. Hacerlo público en internet ha hecho que mucha gente se una estos últimos meses. — respondió tranquilamente.

La madre, en cambio, escupió su café recién preparado sobre la mesa, impresionada por los números, y, justo en ese momento, la puerta de entrada se abrió.

— ¡Ya llegué!

— ¡No puede ser, está aquí! ¡Oh, cielos, creo que me voy a desmayar! — palideció como un fantasma, echándose aire con las manos mientras luchaba por respirar correctamente.

— Cálmate, Kishihara. Si te mueres ahora, no podrás verlo. — dijo intentando consolar a su mejor amiga y, aunque sonaba tranquila, sus manos temblorosas, que hacían salpicar el té de su tacita, delataban su nerviosismo.

— El viejo se durmió, ¿igual cenaremos nosotros? — preguntó Katsuki entrando a la cocina, callándose cuando notó que había más gente.

Las chicas gritaron emocionadas al verlo en su traje de oso, que no se había quitado porque estaba haciendo mucho frío en la calle, ahora se arrepentía de ello. Hizo el intento de querer escapar a su habitación, pero su madre, tan malvada como siempre, se apresuró a alcanzarlo y arrojarlo como un conejo indefenso a una manada de leones.

«No somos iguales» | Bakugou Katsuki [EN EMISIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora