Capítulo 13: Muerto.

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Silbó al compás de la música, trapeando el suelo de la sangre dejada atrás mientras intentaba no mirar los cuerpos colgados que tendría que embolsar más tarde. Honestamente, qué mierda era vivir como él, un renegado de la sociedad, trabajando en lo que nunca se imaginó, colaborando con un asesino con tal de tener un trozo de pan en la mesa.

Lo único que le garantizaba que no sería el siguiente cuerpo colgando en los ganchos de carnicero, era su apariencia física, tan distinta de los objetivos de su empleador, quien era por demás violento y sanguinario, un completo loco que, con un don dentro de lo normal, lograba salirse con la suya de cada escenario del crimen.

Nobuyoki lo había encontrado en un callejón de mala muerte, tirado en el suelo, a punto de morir por la paliza que le habían dado unos pandilleros. Él le había salvado la vida, recogiéndolo para curarlo de sus heridas en su llamada "habitación especial", aquella que simulaba una sala de quirófano. Sin embargo, no se hacía ilusiones sobre la bondad del hombre, porque días después él mismo le había hecho saber, de manera burlona, que solo era su experimento fallido, uno que planeaba remendar.

Como resultado de eso, al día siguiente estaba teniendo la peor cirugía de su vida, donde se desgarraba la garganta con sus propios gritos, teniendo que soportar que le cosieran con hebras de metal un collar especial, que luego sería asegurado quemando los hilos en su piel. Solo recordar el dolor indescriptible, le causó escalofríos y un malestar en el estómago, casi pudiendo sentir el olor de piel quemada en sus fosas nasales.

— ¿Qué...? ¿Tú...?

Los murmullos pasaron desapercibidos para él, que se había congelado en su sitio, usando el palo de la fregona como apoyo para no derrumbarse en el suelo, forzado a revivir el recuerdo traumático. Odiaba tener que vivir aquí, al servicio de un asesino tan repugnante que ni siquiera lo trataba como un ser humano, sino como un animal al que podía amputarle todas las extremidades si quisiera.

— ¡Puta rata de mierda! ¡Se está robando mi hígado!

Shinso saltó en el aire.

— ¿Qué? ¿Quién? — preguntó, apuntando con su trapeador a todos lados, hasta que dio con el chico que se revolvía como loco, intentando pisar a la rata que roía un órgano. Boqueó sorprendido, viendo al cadáver resucitar de entre los muertos con su música metal de fondo. — Pero, ¡estabas muerto hace un segundo!

— ¡¿A quién le llamas muerto, tú, cara de panda?! — bramó furioso, haciendo a su vez movimientos abdominales extraños, con la vana esperanza de poder meter sus malditas tripas a donde pertenecían. — ¡¿Y qué haces ahí, parado como un tonto?! ¡¿No estás viendo cómo me roban estas porquerías?! ¡Haz algo!

Aún con los ojos bien abiertos por la sorpresa, le pegó a la rata con su herramienta, causando que la pobrecita y sus congéneres huyeran despavoridas hacia un rincón oscuro. El chico tomó con sus pinzas el órgano, notando que se veía relativamente fresco, para haber sido extraído hace una semana de su dueño.

—¡Dámelo, dámelo! — apuró Katsuki, histérico ante la posibilidad de morirse en los próximos minutos a falta de él, sin darse cuenta de que su corazón tampoco estaba en su sitio.

— Cálmate, amigo. No creo que sea buena idea meter algo que estuvo en contacto con las ratas y el suelo sucio, seguro te infectarías.

— ¡Agh! ¡Está bien, lo que sea! — aceptó con un bufido, mirando con anhelo a su preciado órgano, que se había encargado de desintoxicarlo aquella vez que había bebido de más con sus amigos. — Mejor desátame de una vez, así puedo llegar al maldito hospital.

— Eh... No estoy seguro de poder hacer eso. — se disculpó de antemano, mientras sacaba una bolsa de su cinturón para poner la víscera amarronada.

«No somos iguales» | Bakugou Katsuki [EN EMISIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora