CAPÍTULO I. IMPERIO

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Rosalles era una de las tres grandes potencias del continente, uno de los reinos más prósperos y una familia real que ostentaba el poder hacía siglos, bajo el mandato de un rey diplomático y bondadoso con su pueblo, una reina fría y calculadora, y un caprichoso príncipe cruel. Rico en comercio y con el puerto más grande del continente, que albergaba navíos de todos lados del mundo, gobernaba sobre los reinos más pequeños controlando sus finanzas y asuntos políticos.

Existía en disputa constante con otro de los tres grandes reinos, Tárkanes, potencia militar y minera cuyo corrupto rey, debido a sus ansias de dominación y poder, había eliminado todo tratado de comercio con el reino de Rosalles, negándole metales y materias primas que solo se obtenían en sus dominios. Todo en un intento por debilitar al fructífero reino, sin medir las desastrosas consecuencias que tendría para su pueblo, quien sin el oro de Rosalles, vivía sometido por los demonios de la pobreza y el odio.

Fue así como, motivado por la sugerencia mefítica de su consejero real, el rey de Rosalles, Harlan Devhankur, quiso conquistar el desierto sagrado. La tierra sin dueño, perteneciente a ningún mortal. Fuera de los límites de las tres potencias, Rosalles, Ataelaris y Tárkanes. Planicies de árida estepa donde bajo la tierra seca se asentaban gloriosas minas de metales y piedras preciosas.

Ningún hombre había puesto nunca sus manos en el desierto sagrado. Todo por una promesa sin tratados que la respaldaba, una que se remontaba a la época en que los dioses pisaron la tierra. Temida y respetada en sus orígenes, esa leyenda mantuvo a la tierra de los dragones apartada de los mortales y poblada por los descendientes del dios Rhaignys; hombres de piel lechosa al nacer y que se teñía dorada bajo los rayos del sol, hombres cuyos ojos cambiaban de color durante la noche.

Sin embargo, la creencia de que aquella pletórica tribu de semidioses merecía la tierra más rica de todos los reinos comenzó a perderse con el paso de los siglos, cada vez más cuestionado el motivo por el cual la estepa sagrada no era mancillada y explotada por alguno de los grandes reinos.

Mito y broma entre las capitales de distintos reinos, donde no concebían el pensamiento de bárbaros viviendo como bestias en el desierto. Motivo de representaciones burlescas en los apabullados anfiteatros donde la nobleza se exhibía ostentosa.

Y el rey de Rosalles, Harlan, siguió la vía diplomática, intentó hacerse con el desierto a través de un discurso bien ensayado frente al rey de la tribu de los dragones y padre del Drakán, Trazius. Sin embargo, la tierra le fue denegada y su orgullo pisoteado.

Los dragones no querían relacionarse con los hombres infectados de veneno y codicia en el alma, no querían pertenecer a Rosalles ni obtener los muchos beneficios que Harlan ofreció. Ellos eran entrenados guerreros sacrosantos que vivían devotos a su dios Rhaignys y al desierto; pacíficos y salvajes.

Harlan pensó en rendirse mas la situación de su reino peligraba, por lo que lavó sus manos y dejó la decisión en su consejo real, aquel nefasto grupo de linajudos ambiciosos que no respetaban vida alguna. El pecado de la debilidad siendo el mayor enemigo de Harlan.

Fue así como la masacre se llevó a cabo, como Rosalles utilizó su jurisdicción sobre cada reino bajo su dominio para acceder a una grotesca fuerza militar. Con hombres armados y enfundados en cuero y metal invadieron el desierto. Perdiendo a dos mil hombres contra los cuatrocientos de la tribu de los dragones, quienes finalmente fueron destruidos y perdieron sus vidas.

Todo les fue arrebatado mientras la arena consagrada del desierto se teñía de rojo, mientras sus antepasados se lamentaban en el Oslovana por el sacrilegio cometido.

Los pocos sobrevivientes fueron tomados como botín de guerra y llevados a Ternes, capital de Rosalles, para ser vendidos como mercancía. Llamativos por su belleza, cuerpos firmes, pieles sedosas y ojos que brillaban como esmeraldas.

DRAKÁN [DISPONIBLE EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora