CAPÍTULO XVII: CONFRONTACIÓN

4.3K 520 1.2K
                                    


Rhada entró a la habitación donde Miriades lo esperaba para revisar el estado de sus heridas, insistiendo a pesar de que el Drakán había asegurado estar totalmente recuperado.

Ya habían transcurrido semanas desde su cautiverio en las mazmorras, su cuerpo no resentía nada sino la ausencia de cierto perfume, de cierto cuerpo tibio y suave como las alas de una mariposa.

Su rostro se contrajo con rigidez al ver a Rhekan ahí, a un lado de la anciana. Miraba a Rhada con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, cargada de un cinismo espeso, de un odio que él estaba seguro, nacía de su lealtad a Nethery.

—¿Qué hace él aquí? —preguntó cuando los sirvientes cerraron las puertas a su espalda.

—Solo he venido por un encargo de Nethery.

—Solía creer que eras el general del ejército que combatí, ahora veo que tambien eres un sirviente.

Rhekan se levantó de golpe, aferrándose al puñal de su espada. Rhada levantó la barbilla, dispuesto a terminar la tregua en ese preciso instante si Rhekan así lo deseaba.

—No peleen frente a esta pobre vieja —suspiró Miriades, sin levantar la mirada de un cuenco de greda cuyo contenido batía con un movimiento constante de mano—. Ten, llevale esto y dile que lo beba en porciones pequeñas.

Rhekan apartó sus ojos del Drakán y aceptó el cuenco de greda de Miriades, luciendo tenso y molesto. Rhada podía decir que compartía el sentimiento.

—¿Me aseguras que esto lo ayudará a dormir?

Miriades asintió.

—¿Es para Nethery? —preguntó Rhada sin poder retener la curiosidad que tan ajena a él solía ser. Apenas la pregunta salió de su boca apretó los labios y contrajo el gesto.

Rhekan lució desconcertado una fracción de segundo por la pregunta de Rhada antes de erguirse con recelo y asediarlo con odio en la mirada.

—Haces la pregunta incorrecta, a la persona equivocada —cantó Miriades—. General, ignore a este hombre del desierto y vaya con su prometido, que cuanto antes beba eso, antes tendrá su descanso.

—Eso te deleitaría, ¿no es así? —acusó, dando un paso hacia Rhada—. Que mi príncipe no pudiese conciliar el sueño, que fuera miserable.

—No debería ofenderte, sirviente —lo provocó—. Nunca he ocultado la dicha que me trae la miseria de esa cría.

Rhekan, sin dejar caer el cuenco, desenvainó su espada y antes de que Rhada pudiera enfrentarlo a manos desnudas, la anciana se posicionó entre ambos.

—Si se enfrentan ahora solo conseguirán sangre y deshonrar a Nethery. —Miró a Rhekan—. Atacar a un hombre que no porta su arma no es digno del general de Rosalles.

Rhada bufó una risa.

—Tienes razón, mujer —accedió Rhekan retrocediendo un par de pasos—. No arruinaré los planes que su alteza tiene para este esclavo.

—Bien, la sensatez es una buena cualidad.

—Lo único que arruinarías sería tu bonito rostro, sirviente. —El Drakán ladeó una sonrisa y un hoyuelo se cavó en su mejilla.

Miriades negó con pesar.

Las fosas nasales de Rhekan se expandieron. La rabia se inyectó como sangre en su mirada y Rhada esbozó una mueca de satisfacción.

—Mañana —sentenció—. Mañana veremos, salvaje. Con espadas en mano y delante de Nene, si es mi rostro o tu destino el que quedará arruinado.

Rhada levantó ambas manos, palmas extendidas.

DRAKÁN [DISPONIBLE EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora