CAPÍTULO VI: ALIADOS

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Rhada suspiró y bajó la vista a los grilletes en sus muñecas. Su piel se sentía pastosa y caliente debido al calor, como una capa que quería arrancarse de encima. Sus heridas ya se encontraban completamente sanadas, quizás porque su destino no demandaba su muerte aún. Su cordura parecía escurrirse por su cuerpo como los aceites perfumados que le untaban. No sabía si era de día o de noche, su aposento sin una sola ventana, alumbrado únicamente por tres antorchas y unos cuantos blandones.

El pendón con el escudo de los Devhankur colgando como una burla de una de las paredes.

—¿Quién es Sion? —le preguntó a Savannah, quien de rodillas amarraba los broches claveteados a sus botas.

Sus pies ya no llevaban grilletes. Tres días atrás Savannah había ingresado en los aposentos que Nethery destinó para él junto a dos guardias, y le dijo que el príncipe había ordenado que le quitasen las cadenas que oprimían sus tobillos en recompensa por su buen comportamiento, y Rhada había querido tomar aquella palabra, recompensa, y enterrarla en la garganta del malcriado príncipe.

—¿Dónde escuchaste su nombre? —Siguió acomodando sus vestiduras, sin detenerse un solo segundos a mirar al Drakán a los ojos.

—Eso no importa.

—Fueron los criados, ¿verdad? —Suspiró y buscó sobre el lecho los aretes que Rhada usaría ese día, iguales a los de ella—. Siempre hablan demasiado... El príncipe Nethery los mandará a azotar cuando se entere. O peor, lo hará la reina.

—¿Quién es Sion? —insistió.

—¿Su majestad, el príncipe, no te ha hablado de él?

Rhada negó. No había vuelto a ver a Nethery desde aquella tarde, y daba gracias a su dios Rhaignys por eso. Se obligaba a no pensar en ello.

En la voz rota de Nethery Devhankur, en la manera que su delicado cuerpo se había sacudido en pequeños espasmos para retener el llanto. En el ácido corrosivo de sus palabras y sus demandas que tuvieron sabor a súplica.

Rhada Khalid fue forjado entre bárbaros, acero y árida estepa. En su tribu los hombres eran como él, salvajes, bestiales, de manos ásperas y duras, de piel gruesa para soportar las crudas condiciones a las que se veían expuestos desde que nacían. Criados como guerreros para cuidar a los suyos, para usar la espada, el arco y flechas. Las mujeres únicamente se permitían mostrar humanidad, afecto y debilidad.

Nethery no era nada de eso, sin embargo.

Con un cuerpo delicado, exquisito, como una flor de loto macerada en licor de naranjas y caramelo. Un desenvolvimiento propio de una ramera bien entrenada para volver loco a los hombres, y la lengua viperina de una serpiente. No había nada en él, además de su propia virilidad, que pudiera asemejarse a Rhada, o a los hombres de su tribu.

Pero lo era, un hombre, no solo un enemigo de él y su gente, sino un hombre. Rhada sabía que en Rosalles había costumbres distintas a las de su pueblo. Creció escuchando algunas de ellas, como que hombres yacían con otros hombres como si se trataran de mujeres y fornicaban solo por el placer que les daba. Nunca creyó posible convertirse en uno de ellos.

Y durante el día, el Drakán podía convencerse a sí mismo del desprecio y odio que sentía por Nethery, por cada hombre de Rosalles, que lo ocurrido en los aposentos del heredero de los Devhankur había significado nada; solo una debilidad efímera. Mas por las noches, cuando su inconsciente dominaba los caminos de sus pensamientos, todo volvía. Un caudal de recuerdos, de miradas lascivas y mundanas, de aromas adictivos y palabras salvajes. El recuerdo de un beso con sabor a metal y piel salada, el calor de su boca mojada, la manera en que sus manos parecían desesperadas por sostenerse a él, sus gemidos atropellados y agudos; tan dulces que parecían miel.

DRAKÁN [DISPONIBLE EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora