CAPÍTULO XI: HONOR

4.8K 666 647
                                    


Nethery se encontraba sentado sobre un selecto conjunto de pieles que unidas formaban un agraciado tapete, frente a un bello espejo enmarcado con oro, regalo de unos de los reinos súbditos. Con desnudas piernas cruzadas y delicados brazos moviéndose con elegancia para tomar un mortero de bronce que en su interior tenía finos polvos azules.

Añadió unas gotas de aceite de rosa y mezcló todo con un delgado pincel de finas hebras. Lo untó con cuidado en el pastoso bálsamo que había creado para luego llevarlos hasta el centro de sus labios. Acercó su rostro al espejo, con sus cejas arqueadas y sus párpados levemente caídos. Deslizó el pincel con cuidado, rellenando sus labios con un brioso azul hasta las comisuras que limitaban su perfecta boca.

Se miró unos segundos, comprobando que no hubiera imperfección alguna y pasó a delinear sus ojos con brunos polvos de galena previamente triturada. Desde el costado de sus párpados hasta el lagrimal pintó con cuidado, repitió la acción y quedó conforme al ver la perfecta simetría en ambos ojos. Finalizó tiñendo las puntas de sus dedos con ocre rojo y se alejó para comprobar que desde lejos se viera bien.

Observó su reflejo en el espejo durante tiempo incierto, sin comprender qué era lo que esperaba ver. Suspiró y tomó la máscara de oro que descansaba a un lado de él, amarrándola en la parte posterior de su nuca.

Sabía lo que le esperaba, estaba perfectamente consciente de que no solo había pasado por alto la autoridad de la reina, sino que también había aumentado los rumores que circulaban respecto a su capricho por el esclavo.

No iba a negarlos. No quería justificarse, él estaba por encima de aquellos linajudos que hacían de su vida la entretención para pasar la merienda. Naturalmente las consecuencias serían molestas, sermones de largas horas y gritos que harían estremecer a las paredes de palacio. Su madre le recordaría nuevamente su deber con el reino y como cada una de sus acciones afectaban a los millones de personas que vivían en todo Rosalles.

Podría haberse evitado toda esa molestia si tan solo hubiera permitido que le cortaran la cabeza al salvaje. El motivo por el cual no lo hizo era ignorado vilmente en su cabeza; como si no existiese. Era algo arraigado en él, actuar e ignorar el porqué de ello, tomar decisiones y nunca cuestionárselas.

Era la manera en que se defendía de su propia gnosis, esa que amaba torturarlo y que ocasionaba que Nethery se hundiera en lagunas de melancolía. Ya bastante había tenido de esa nefasta voz que le recordaba día y noche la manera en que se había asustado cuando el esclavo lamió el veneno de su cuello.

Hizo sonar la campana de la servidumbre y esta entró de manera inmediata. Con sus rostros mancebos y ligeramente asustados, conociendo la rutina. Tomaron los ropajes del príncipe que descansaban sobre uno de los biombos y lo vistieron con cuidado.

Una delgada túnica del color de la arena con pájaros bordados en metálico azul. La amarraron con hebillas sobre sus hombros, preocupándose de que la tela abrazara el cuerpo de Nethery con la elegancia debida. Cordones en color bronce con pequeños dijes de piedra de turmalina fueron cruzados sobre su curvilínea cintura.

Una muchacha joven mostró a Nethery distintos juegos de aretes, Nethery escogió unos pequeños y posteriormente dejó que colocaran brazaletes en sus manos y tobilleras en sus pies.

Nadie decía una palabra. No querían, no podían permitirse hablar. El riesgo de decir algo indebido y evocar la ira del príncipe de Rosalles era demasiado alto. Así que lo adornaron y esperaron en silencio a que el príncipe se observara en el espejo y les diera la venia.

—Me agrada —sentenció el futuro soberano del reino.

Salió de sus aposentos con elegancia, sin dirigirles una sola mirada a los sirvientes, quienes comenzaron a caminar tras él. A la salida de sus aposentos se encontraba Thabit.

DRAKÁN [DISPONIBLE EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora