Días sin comer, bebiendo hasta perder la conciencia y fumando tanto opio y tabaco como le era posible. Encerrado en sus aposentos donde uno tras otro lo visitaban jóvenes y hermosos amantes que intentaban alegrarlo sin éxito.
Porque tras la máscara no se ocultaba un hombre piadoso y honesto, se ocultaba algo destruido y tormentoso; una miríada de cristales rotos pegados de manera hermosa. Tras la máscara había alguien que sentía tanto rechazo por sí mismo como miedo a ser rechazado. Y había sido no solo rechazado, sino humillado. En su propio reino, en ese paraíso de plantas letales que había creado para esconderse de sus demonios.
Nunca volvería a pisar aquel prado.
Así como tampoco volvería a ver a ese salvaje maldito.
Se obligaría a olvidarlo y de no ser posible, a convertirlo en uno más de los demonios que lo atormentaban en pesadillas.
Sin embargo, hasta que las voces en su cabeza no se callaran y los recuerdos del salvaje sonriendo jactancioso mientras él permanecía de rodillas, con sus dedos lastimados y sucios, no se borraran, iba a permitirse envolver en un manto de melancolía y alcohol.
Se sentía enfermo. Quería romper todo.
En realidad, ya había roto todo. Literalmente.
Sus aposentos no eran sino retazos de tela rasgada, paredes manchadas con alcohol, vasijas hechas trizas, almohadones rotos cuyo relleno de plumas se esparcía por todos lados.
Los sirvientes, en conjunto con Thabit, intentaron hacerlo desistir de su nuevo concepto de decoración, pero no lo consiguieron. Por lo que todo permanecía así, arruinado y absurdamente humillante mientras él se marchitaba.
Con su cabello sucio y restos de pintura sobre su cuerpo. Oliendo a vino agrio y a sudor. Sus muñecas y cuello, libre de joyería y elegantes adornos. Su rostro sucio, descubierto la mayor parte del día puesto que rara vez aceptaba visitas prolongadas.
No quería salir de su habitación, mucho menos dejar que manos sucias y desmerecedoras intentaran lavar su cuerpo. Así que permanecía confinado por placer, o así fue hasta que los rumores de lo ocurrido llegaron a su madre, la reina.
Las puertas de sus aposentos se abrieron de golpe y por esta la imponente figura de Kalista se hizo presente.
—Salgan —demandó a sus escoltas, con la intención de quedar a solas con Nethery. Cuando su orden fue acatada soltó los cordones de oro que amarraban la máscara que cubría su rostro—. Demando la explicación de tu humillante comportamiento.
—Largo de aquí —respondió con la voz rasposa.
Kalista marchó hasta el camastro donde él se encontraba, con pasos firmes y una mueca de cólera mitigando la belleza de su rostro. Palmeó sin mucho amor uno de los hombros de Nethery, quien se removió aún sin poder despertar.
—Armis se libre de ver tu miserable estado, Nethery —lo reprochó, olfateando el aire y haciendo una mueca de asco—. Esto es intolerable... ¡Levántate!
Nethery resopló, tanteando con una de sus manos por encima de las mantas. Con la garganta seca, sintiendo áspero al tragar. Fustigado por el alcohol que hubo bebido hasta perder la conciencia.
—No...
—¡Nethery!
—No grites —sollozó, con su cabeza sintiéndose pesada. Una presión tortuosa ejerciéndose en sus sienes—. Me duele todo.
—¡Merecido lo tienes! —ladró con voz aguda. Miró hacia el balcón de puertas cerradas y se dirigió a él, corriendo los largos cortinajes para abrir las puertas y dejar que la luz entrara a la oscura alcoba—. ¿Sabes que eres lo único de lo que se habla en todo Ternes? No me sorprendería que todo el reino terminara enterándose de la miseria de mi hijo, deprimido porque un esclavo se burló de él.
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DRAKÁN [DISPONIBLE EN FÍSICO]
General FictionTras perder la guerra, Rhada, el último Drakán de la tribu de los dragones, fue tomado como botín y arrastrado bajo cadenas a los perfumados aposentos del caprichoso heredero del reino de Rosalles; Nethery Devhankur. Un enmascarado príncipe que olía...